3 estrategias para promover la cultura de la paz em el contexto politico​

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Respuesta dada por: morenomellizog
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El concepto de cultura no comprende en su contenido todo el conjunto de la producción social del hombre, sino solo aquello que —como la etimología de esa palabra exige— debe ser cultivado, es decir, lo que aporta algún valor a lo espontáneo que se produce tanto en la naturaleza como en la sociedad; por tanto, la paz constituye uno de los productos supremos de dicha actividad cultural1.

Todo proceso cultural es, de hecho, un fenómeno social, pero esto no implica una ecuación de igualdad o equivalencia, pues no todo fenómeno social constituye necesariamente un producto cultural. El hombre en su actividad produce «excrecencias sociales», como las violaciones de los derechos humanos, crímenes, violaciones, genocidios, narcotráfico, etc., y muy en particular las guerras, que en modo alguno deben considerarse acontecimientos culturales.

En muchas ocasiones los seres humanos son creadores de productos que atentan contra la «condición humana»2; de ahí que estos no deban ser considerados parte propiamente de la cultura, ya que solo constituyen fenómenos sociales. En verdad, son elementos «anticulturales», es decir, productos que deben ser excretados porque pueden traer nefastas y enajenantes consecuencias para la propia humanidad, como algunos inventos utilizados en la industria armamentista. Por eso no es precisa la definición de Jacob Bronowsky, según la cual: “La serie de inventos merced a los cuales los hombres de todas las épocas ha remodelado su mundo, constituye una clase de evolución permanente, no biológica, sino cultural”.3

En la sociedad aparecen fenómenos que no son beneficiosos para la mayoría de la población, sino solo para pequeños grupos que lucran con ellos. Tales productos no deben ser clasificados como «bienes culturales». Resulta contraproducente pensar que la delincuencia, la corrupción, la prostitución, la drogadicción, la tortura, los crímenes, etc., ameriten tal condición.

El concepto de sociedad posee un contenido de mayor amplitud y riqueza de manifestaciones que el de cultura. Si fueran idénticos, con un solo término bastaría para designar a los fenómenos indiferenciados de ser culturales o sociales.

Si bien todo fenómeno cultural es a la vez social, si se admitiese lo contrario o sea que todo fenómeno social fuese un bien cultural, entonces no habría necesidad de dos términos diferentes, pues siempre que se hiciese referencia a un fenómeno social ya habría que admitir que por equivalencia se estuviese haciendo referencia a la vez a uno cultural. Pero afortunadamente no es así.

Si se parte, a su vez, de una dicotómica separación entre «cultura de élite» y «cultura popular», seestablece una maniquea división no solo entre los sujetos de la cultura, sino también en relación con sus productos. Esta perspectiva elitista puede traer como resultado una separación perjudicial a los intereses de una comprensión común de la significación de la paz. De acuerdo con lo que plantea Carlos Núñez: “No se trata de «democratizar» la cultura, entendido esto el «llevar» la cultura a las masas (la de los «cultos» por supuesto), por medio de programas y proyectos, cuya verdadera intención es mantener la situación imperante”.4

Una perspectiva elitista de la cultura no favorece una verdadera integración y participación política o, por lo menos, una adecuada convivencia social entre diversos sectores o estratos sociales, pues los que se autoestiman como «superiores» siempre verán al resto de la población como dignos de lástima o consideración especial, pero nunca como potenciales sujetos activos y decisorios del rumbo de los procesos sociales. A su vez, si los sectores populares asumen un papel de estratos «inferiores» o subordinados, tendrán dificultades para lograr un mayor protagonismo social, pues se considerarán siempre dependientes de las decisiones de las «élites de poder».5 A la larga, tal situación no resultará beneficiosa para la mayor parte de la sociedad, y la paz dependerá más de los criterios de dichas élites que del potencial decisivo de los sectores populares.

Algo similar ocurre cuando prevalecen diversas formas de etnocentrismo y de intolerancia, que afectan notablemente la admisión de diálogos enriquecedores que propicien procesos de transculturación. Al respecto, Guillermo Hoyos planteaba: “La pluralidad de cosmovisiones puede invitar a la comprensión recíproca, la cual no necesariamente significa entendimiento pleno en lo que respecta a valores y normas de acción. El conflicto surge cuando quienes, por no pertenecer a la misma cultura, no comparten los mismos criterios y se empeñan en que solo los propios son los correctos, que por tanto son los únicos válidos para toda cultura”.6

Explicación:

TOCA RESUMIR :3

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