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Hemos crecido, en número de habitantes humanos en la Tierra, y en riqueza, pero no sabemos aún que es lo que queremos por este planeta. Como primates que somos podemos querer comer, defecar, procrear, morir. O como humanos podemos querer construir, crear, conocer.
La inmensa mayoría quiere lo primero. Son ¿humanos? porque pueden hablar, y algo piensan, pero no han sido aun capaces de cambiar el objetivo que el ADN imprime a sus vidas: El objetivo de reproducir ese mismo ADN. ¿Para que van a hacer ciencia, o arte, si a eso vamos, o historia, o filosofía o lenguas clásicas? Se dice que quieren ganar dinero. Tampoco. Querrían vida, pero solo tienen juego.
No es raro que el esquema feudal del medievo vaya avanzando lentamente de nuevo en las sociedades modernísimas del siglo XXI: Cada cual se siente a gusto en la clase en la que nació, y en la que los poderes fácticos animan a quedarse. Te dan subsidio y puedes jugar. Pero el aburrimiento llena las 24 horas del día. Así, la Sra. Delegada del Gobierno en Madrid, tras los incidentes de Pozuelo, ofreció a los jóvenes más ocio y diversión artificiales, cuando estos demostraron que lo que querían era vida real.
Por otro lado, ¿qué es la ciencia del siglo XXI? Una burocracia inmensa, una competencia feroz para publicar el último detalle irrelevante de un conocimiento abstruso y alejado al máximo de la realidad. Lo contrario de la aventura del pensamiento que era hasta hace incluso 50 años. La ciencia que se hace en las universidades, en el CSIC, en algunos sitios más, es automática, maquinal, rutinaria. Es lo que demandan los censores de los artículos del sistema del “peer review”. Se trabaja para publicar, no para conocer. ¿Que joven va a querer esa ocupación alejada de la vida real?