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El aumento de la esperanza de vida media. En primer lugar, desearía referirme al hecho de que, como término medio, las personas nunca hemos vivido tanto como hoy. La esperanza de vida media casi se ha triplicado en los últimos 250 años (en el siglo XVIII no llegaba siquiera a los 30 años). Esto significa que, en épocas anteriores, la frase “hasta que la muerte nos separe” tenía un significado completamente diferente al que tiene hoy, pues entonces la muerte solía poner fin a la convivencia de la pareja en un momento en el que actualmente la mayoría de las personas aún no han cubierto ni siquiera la mitad de su vida.
Una distribución de roles más difuminada. La lucha por la vida, fuera del hogar, era cuestión del marido. Cuidar de la familia y mantener vivos los sentimientos era asunto de la mujer. Aunque todavía hoy sigue vigente el viejo esquema de roles, este factor de estabilidad tiene menos fuerza. Cada vez son más los hombres que se afirman también como responsables de la educación de los hijos y como hombres de casa (a tiempo parcial), de la misma manera que cada vez hay también más mujeres que, como sus maridos, tienen un trabajo profesional y ocupan un puesto en la sociedad.
Antaño, a la mayoría de las personas les resultaba sencillamente imposible romper su matrimonio por razones de supervivencia económica. El matrimonio era una comunidad económica y no pocas parejas se mantenían unidas por motivos económicos cuando hacía tiempo ya que internamente estaban muertas.
Pero la supervivencia material ya no es, por sí sola, motivo suficiente para la convivencia, al menos no en términos generales como antes. Esto es así sobre todo porque hoy hay muchas más mujeres que están en condiciones, por formación y profesión, de prescindir de un sueldo, o si se prefiere, de la persona que lo aporta, si la gravedad de la situación lo requiere.
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