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David Barreras siempre ha sido un apasionado de la época medieval, periodo histórico al que ha dedicado buena parte de su tiempo durante los últimos diez años.
En cambio a mí, historiadora especializada en la Edad Antigua, me entusiasman civilizaciones perdidas como la egipcia, o la Grecia y Roma clásicas, por las que siento una verdadera predilección, aunque no por ello he dejado de investigar y colaborar en trabajos de historia medieval. Supongo que como todo historiador, o incluso como todo amante y erudito de la Historia, el interés por conocer más y la búsqueda de diferentes enfoques nos impulsa a abrir nuevas líneas de investigación que puedan dar respuesta a nuestras inquietudes.
Llegados a este punto se nos plantea una cuestión. Si en torno a Constantinopla se desarrolló un imperio que existió a lo largo de toda la Edad Media, una potencia cuyos orígenes se remontan al periodo final de la Antigüedad romana conocido como Bajo Imperio, ¿qué mejor colaboración entre nosotros dos que escribir un libro de historia sobre la ciudad del Bósforo y su imperio?
Hacia 2002, David tenía ya acabada la base bizantina de este ensayo y comenzó a trabajar conmigo para imprimir al manuscrito un toque más «romano». Fruto de esta colaboración surgió un trabajo que es algo más que un libro sobre el Imperio bizantino, ya que se trata de una obra sobre la esencia de la Edad Media, aunque, eso sí, utilizando una óptica diferente con la que estamos acostumbrados a ver esta apasionante época, siguiendo un punto de vista romano-oriental. En este contexto, este ensayo nos muestra aquello que resultó fundamental para el desarrollo de la civilización occidental, la fusión entre las sociedades romana y germánica, hecho que supuso el nacimiento de la nueva sociedad feudal y la pérdida u omisión de los valores y la cultura romano propiamente dicha. Del mismo modo, nos presenta las diferencias entre esa nueva sociedad europea y las relaciones de sus miembros, dentro de un mismo estamento y entre distintas clases, con respecto a la sociedad tardorromana que sobrevivió en Constantinopla y su imperio, entidad territorial esta que más que la heredera de Roma fue su prolongación misma. Constantinopla siempre conservó la esencia de la Antigüedad clásica, manteniendo en todo momento una estructura estatal de base romana y cuya cultura evolucionó a través de su historia desde la romanidad hacia una profunda helenización.
A lo largo de la lectura del libro, iremos descubriendo cómo Roma no cayó al final de la Edad Antigua y cómo su imperio sobrevivió en Constantinopla durante el transcurso de un extenso periodo de tiempo de casi mil años, en el cual constituyó un auténtico Imperio romano medieval. Sin embargo, en la época actual no se llama «romano» a este imperio que coincidió en el tiempo con la Europa feudal, sino que más bien se le conoce como «Bizancio» o «Imperio bizantino». El éxito del inventado término «Imperio bizantino» puede estar relacionado con la tradicional aversión de los occidentales hacia Constantinopla, percibiéndola como un Estado traidor y lejano a sus tradiciones. Por ello es posible que esta incorrecta denominación haya llegado hasta nuestros días, pudiendo incluso taparnos los ojos y hacernos ver a esta potencia del Medievo como un imperio que nada tenía que ver con el Imperio romano. Ya desde los tiempos en que Carlomagno usurpó el título de emperador romano, Occidente reservó la denominación de «Imperio romano» para referirse al territorio carolingio o, posteriormente, al Sacro Imperio romano-germánico, empleándose el nombre de «Imperio griego» para el territorio que actualmente conocemos como Bizancio.