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El condicionamiento clásico nos dice que, por asociación, podemos emparejar estímulos no necesariamente relacionados. El mítico perro de Pavlov, que salivaba cuando oía la campana previa a darle de comer, es un ejemplo de libro. Salivar es una respuesta natural ante la comida, pero la asociación que se producía con la campana hacía que ésta pasara a generar el mismo efecto en el perro.
Una de las formas más curiosas de condicionamiento clásico (y también una maravilla a nivel evolutivo) es el condicionamiento por aversión al sabor. ¿Te ha pasado alguna vez que un alimento te ha sentado mal y sólo con pensar en él te revuelves? Aquí tienes la explicación: cuando ingieres un alimento con un sabor muy distintivo, si éste te hace enfermar (gastritis, náuseas, vómitos…), incluso horas después de haberlo tomado, se produce un aprendizaje aversivo gustativo. A diferencia de otros tipos de condicionamiento, ¡se puede producir con una sola ingesta!
Decía que a nivel evolutivo es una maravilla, porque permite a un animal (se da en muchos más animales, de hecho se ha investigado muchísimo en ratas), aún sin “razonar”, evitar comidas que sean perjudiciales: ya sean venenosas, estén podridas o no puedan digerirse. El animal ya no se acercará ni siquiera a ese alimento, que le generará rechazo.
Por otra parte, su efecto es tan potente que a veces puede ser negativo. Por ejemplo, en un paciente que esté recibiendo quimioterapia, el malestar del tratamiento puede emparejarse con la comida, generándole aversión a alimentos que le son necesarios. O sin irse a extremos, puede pasar que alguien que tiene una simple gripe experimente aversión a algún alimento que haya comido mientras la está padeciendo.
Curioso, ¿no? Creo que reflexionar sobre este tipo de conceptos nos viene bien muchas veces a los psicólogos para no perdernos con la novedad y centrarnos en el cada vez más amplio corpus teórico de nuestra disciplina.