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La Biblia, el Libro de libros, desde el Antiguo hasta el Nuevo Testamento, está cargada de historias y parábolas cuyos protagonistas son conocidos por sus nombres o reconocidos solo por sus obras.
Esas historias bíblicas han producido gran cantidad de héroes, ya sea porque quisieron y pudieron servir a Dios o a una causa justa mediante sus esfuerzos o sacrificios, o porque las circunstancias les permitieron u obligaron estar en el lugar exacto y en el tiempo puntual en que se produjeron los hechos que les destacan.
Unos lograron ser reconocidos por sus obras, mencionados por sus nombres e incluidos en sitiales de honor, otros, no pocos, también tejieron los hilos de la historia con sus vidas y sus acciones, y sin embargo sus nombres quedaron ocultos para siempre. Sus nombres no están ni en las genealogías ni en las listas de valientes y principales de Crónicas (1 Crónicas 11-12) ni tampoco en la de los héroes de la fe (Hebreos 11:4-32), pero de seguro están inscritos en el Libro de la Vida.
Para mencionar solo algunos héroes anónimos, por ejemplo, quién se atrevería restarle importancia a la acción de la joven esclava que servía en la casa del sirio Naamán (2 Reyes 5:1-6); a la fe de los cuatro amigos del paralítico curado por Jesús en una casa de Capernaún (Marcos 2:1-12), o a la acción del muchacho que llevó los cinco panes y dos peces que sirvieron para que Jesús realizara el milagro de la alimentación de más de cinco mil personas (Juan 6:1-15).
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