la falta de poder disminuye el poder de la palabra? y por qué?​

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Respuesta dada por: jessemorocho
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Las palabras son amigas fieles que nos acompañan desde la infancia a la tumba. A veces nos convierten en esclavos de esas ideas. Otras veces somos hijos herederos de ellas. Nos han explicado que valemos más por lo que callamos, que por lo que decimos. Pero sea verdadero o falso, la unidad de medida son nuestras palabras, esas que los monos orientales callan, no quieren ver y hasta se niegan a oír.

El profeta nos dijo que la palabra nos hará libre; porque hasta definió a la Palabra como el mismísimo Hijo de Dios. Y la fuerza de la palabra mueve montañas, obtiene la salvación y hasta da el poder creador. El Génesis no habla del Big Bang como explosión cósmica, sino que relata el Big Bang como una implosión desde el Creador que, mediante la palabra, hizo nacer el Cosmos, para luego fijarse en la creación de la Tierra, de los elementos que la conforman, de los seres inertes, de los seres vivos y hasta del Hombre. Porque dijo aquello de hágase… y se hizo. ¡La palabra!

En el colegio nos advirtieron del poder de las ideas, aquellas que tienen el imperio de mover el mundo; más en el fondo, nos querían advertir de lo peligroso de manipular palabras y sus reactivos, porque en el laboratorio de las ideas, las palabras son formulaciones químicas inestables, volátiles, reactivas y con alto poder explosivo. Jugar con las palabras es como manipular TNT. Manosear las palabras es dar un juego de química a un pirómano.

La Lingüista quiso diseccionar las palabras en el quirófano de la Ciencia. Defiende que las palabras son cuerpos inertes compuestos de formas que admiten autopsia. Un exoesqueleto en el que separar sus raíces de los postizos impostados de prefijos, sufijos, aumentativos, diminutivos, compuestos, derivados y otras prótesis morfológicas. Y las raíces pueden aún desmenuzarse en árboles genealógicos que explican su origen, sus familias, su viaje en la historia y sus parientes cercanos.

La Semántica, en cambio, es la ciencia de las almas de las palabras. Es la más dudosa de todas las disciplinas de la Palabra, porque mientras la Sintaxis o la Morfología admiten las ciencias exactas y el método científico, la Semántica se acerca más a la Cienciología.

El significado adherido a los significantes suelen ser objeto de teorías poéticas más o menos creíbles, basadas en un cierto consenso positivo absolutamente inestable. Tan inestable, que un órgano permanente de Sabios de la Palabra hace el ejercicio médico anual de dar altas y bajas a aquellas palabras enfermas o neonatas.

Esas reales Academias publican anualmente su diccionario en el que admiten neologismos, barbarismos, tecnicismos, localismos…; pero también lenguajes de jerga o de tribus urbanas, deformes Quasimodos que semánticamente han perdido algún miembro o han sido sustituidos por otros.

Las palabras cobran vida

Pese a todo, el poder de las palabras da y quita Gobiernos, salvan o condenan a los reos de la Justicia, consiguen Premios Nobel o son encerradas en el Index Librorum de la católica Iglesia. ¿Por qué?

Nadie lo sabe. Quizá es porque las palabras tienen vida propia. Esa vida evolutiva que obliga a levantar acta de nuevas acepciones en cada edición del diccionario de la Real Academia de la Lengua. E igual que nacen, también mueren palabras, o pierden uso, o pierden acepciones arcaizantes al fallecer a la par que las ideas o los objetos que representan desaparecen de nuestras vidas. Son instrumentos de nuestra inteligencia encadenadas a los instrumentos de nuestra propia historia, ciencia, creencia y tecnología.

“De la idea a la palabra y de la palabra a la idea”. Es un eslogan que durante décadas fue el frontispicio de uno de los mayores estudiosos de la palabra, el maestro Julio Casares. Este lingüista ideó un instrumento enormemente útil para creadores, escritores y poetas, mucho antes de que Google y otros buscadores explotaran el big data. El Diccionario Ideológico de Julio Casares aportaba largas sagas de palabras conectadas con una palabra fuerte -conceptualmente poderosa- de la que emanaban no sólo sinónimos, sino también palabras relacionadas, semánticamente emparentadas por la significación, no por su morfología. Por ello, cualquier autor buscaba a cada paso la palabra justa, y esa palabra justa para expresar su pensamiento estaba arropada en el diccionario de Casares junto a otras amiguinchis que significaban cosas parecidas, pero no exactamente lo mismo. Un diccionario de palabras afines que conformaban pandillas semánticamente emparentadas, algunas eran hermanas de sangre, pero la mayoría eran parientes lejanos.

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