• Asignatura: Historia
  • Autor: nisambaig
  • hace 4 años

un cuento basado en las arañas para niños

Respuestas

Respuesta dada por: maikolielucilapiraga
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Respuesta:

Había una vez una araña de cuadro, de esas tan artísticas que habitan en los sótanos de los museos, donde los cuadros permanecen olvidados durante años para que puedan tejer impresionantes telarañas. Nuestra araña era la mejor tejedora del museo, y su casa era realmente espectacular. Todos sus esfuerzos estaban dedicados al cuidado de su telaraña, que consideraba la más valiosa del mundo.

Pero con el tiempo, aquel museo reorganizó sus pinturas, y empezó a encontrar sitio para algunos de los cuadros del sótano. Muchas arañas se dieron cuenta y fueron precavidas, pero la nuestra no le daba importancia a todo aquello: no pasa nada, decía sólo serán unos pocos cuadros. Y siguieron saliendo más y más cuadros, pero la araña seguía aferrada a su telaraña, ¿dónde voy a encontrar un sitio mejor que éste?, se decía. Hasta que una mañana temprano, sin tiempo para reaccionar, se llevaron su cuadro, y con él a la araña, pegada a su teleraña. La araña se dio cuenta entonces de que sólo por no querer perder su telaraña iba a acabar en la sala de exposiciones, y en un alarde de valentía y decisión, decidió abandonar su magnífica telearaña, a la que tanto esfuerzo había dedicado.

Y menos mal que lo hizo, porque así se salvó de los insecticidas de la sala de exposición. Y no sólo por eso, sino porque en su huída, después de pasar muchas dificultades, acabó en un pequeño jardincito escondido, donde encontró un rinconcito tan tranquilo, que allí pudo tejer una tela aún mejor, y ser una araña mucho más feliz.

Respuesta dada por: yulisysb
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grupo de arañas pronto encontró una primera casa. Ñaki, una de las mejores alumnas, confirmó enseguida de qué tipo se trataba: era una familia “papá al sofá, mamá a la cocina” de auténtico manual, la más peligrosa de todas. Como era de esperar, la mamá y las chicas hacían casi todas las cosas, y cuando se les ocurrió pedir ayuda, los chicos se negaron a hacer nada que fuera “cosas de chicas”. ¡Y para ellos todo era cosa de chicas! Ñaki lo tenía claro, esa era la prueba definitiva de la falta de igualdad y de cariño. Si la atrapaban en aquella casa, le esperaría lo peor.

Siguiendo su viaje encontraron una familia distinta, donde chicos y chicas hacían todas las tareas. Las repartían con tanta exactitud, que no parecía haber mejor prueba de igualdad. “Hoy te toca a ti, mañana me toca a mí”, “Aquí, nadie es esclavo de nadie, yo hago lo mío, tú haces lo tuyo” decían. Pero Ñaki no quiso precipitarse, y siguió observando a tan igualísima familia. Le preocupaba la falta de alegría que observaba, pues se suponía que una familia con tanta igualdad debía ser muy feliz. Pero como todos hacían de todo, todos dedicaban mucho tiempo a tareas que no les gustaban, y de ahí su falta de alegría. Así que, aunque algunas arañas se quedaron allí, Ñaki decidió seguir buscando. Y acertó, porque aquella familia tan preocupada por repartir todo tan exactamente no pudo mantener un equilibrio tan perfecto durante mucho tiempo. Y así, olvidando por qué vivían juntos, terminaron repartiendo también la casa entre grandes disputas, y no se salvó ni una sola de las arañas que se habían quedado.

No tardó Ñaki en encontrar otra familia con aspecto alegre y feliz. A primera vista, no parecían vivir mucho la igualdad. Cada uno hacía tareas muy distintas, e incluso las chicas hacían muchas de las cosas que había visto en aquella primera familia tan peligrosa. Pero la alegría que se notaba en el ambiente animó a la araña a seguir investigando. Entonces descubrió que en esa familia había una igualdad especial. Aunque cada uno hacía tareas distintas, parecía que habían elegido sus favoritas y habían repartido las que menos les gustaban según sus preferencias. Pero sobre todo, lo que hacía única esa familia, era que daba igual si chicos o chicas pedían ayuda, cualquiera de ellos acudía siempre con una sonrisa. Y cuando finalmente, en lugar de “tareas de chicos o chicas”, o “tareas tuyas o mías”, escuchó “aquí las tareas son de todos”, se convenció de que aquella era la casa ideal para vivir.

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