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Con estas líneas sólo pretendemos proporcionar información y ayudar a comprender el momento presente, que tanta relación guarda no sólo con momentos del pasado sino con las constantes sociales mantenidas en una determinada sociedad, en este caso la islámica.
A raíz de los procesos de descolonización del siglo XX, y de la sensación generalizada de fracaso histórico de los europeos como colofón de la Segunda Guerra Mundial, se ha desarrollado en Occidente un revisionismo –no meramente inmisericorde e hiperautocrítico hasta el ridículo- que ha concentrado sus condenas en el desmontaje minucioso y absoluto, mediante el descrédito, detodo nuestro sistema de valores. La autocrítica constituye una buena vía para la superación y la evitación de errores antiguos, pero cuando se limita a vaciar de contenido moral a nuestras sociedades, desconociendo o triturando cuanto son y valen, el efecto real que se produce es la cesión gratuita de inmensos espacios de la vida y el imaginario humanos, que corren a ocupar de modo automático otros sistemas de valores cuya superioridad está por demostrar. Creo no descubrir nada sorprendente si señalo que ésa es la situación actual entre nosotros respecto al islam, y, por lo tanto, parece más que necesario un reequilibrio realista, bueno para todos (españoles y árabes, cristianos y musulmanes), en la medida en que devolvemos su lugar a los acontecimientos y prescindimos de la imagen, porque ésta ha conseguido prevalecer sobre la realidad y constituir otra, virtual, que termina desplazando en los pensamientos y actuaciones humanos a la verdad de los hechos. Es la técnica básica de toda publicidad: se repite cientos o miles de veces un lema cualquiera, una idea fuerza o una sugerencia, por descabellada que sea, y ésta anida en la conciencia colectiva y crea su propia “verdad”: así es porque así se dice. Tristísimos ejemplos recientes en la sociedad española me eximen de insistir más en este punto. A la pregunta “¿Qué entendemos por islam?” es preciso responder que se trata de un sistema de creencias, en general elementales, asociado inextricablemente con una forma de vida generada a partir del Corán y de tradiciones orales del mismo Mahoma, anécdotas cuya autenticidad se fijó dos o tres siglos después de la muerte del Profeta, con las oscilaciones, interpolaciones y fiabilidad consiguientes que se puede imaginar. Solamente Al-Bujari llegó a recopilar medio millón de estas historietas, de las cuales admitió como auténticas unas dos mil. A estas alturas ya es indiferente que esos dos mil hadices sean o no verdaderos (por otra parte, no hay forma de probar, o no, su veracidad); lo decisivo es que conforman, junto con el Corán, todo el corpus legal, consuetudinario, moral e ideológico de la xari’a, que no es un código compilado sino un conjunto de normas aceptadas e interpretadas por los muftíes, los jurisconsultos que emiten las fetuas. El islam es din wa-dawla, religión y Estado a un mismo tiempo, y ese es el modelo que buscan e intentan imponer los grupos islamistas, quienes rechazan cualquier atisbo de libertad del ser humano (en especial como ente autónomo y libre, con independencia de su pertenencia a un determinado grupo) y por tanto su capacidad para generar formas políticas ajenas a la revelación divina del Corán. En concreto, la democracia sufre de la condena y el rechazo del islamismo por no someterse a la voluntad divina y funcionar de manera independiente, sin someterse. De nuevo recordamos que islam en árabe significa “sumisión”. En el fondo, esta obligatoriedad de adscripción formal y moral del individuo a un grupo para poder ser tomado siquiera en consideración y tenido como sujeto de derecho y de derechos se remonta a la ideología y los hábitos de relación de las tribus preislámicas y a las necesidades de dirección y control de la comunidad musulmana por parte de Mahoma mientras vivió, ideología calcada y difundida por sus sucesores, los califas. El individuo no cuenta como tal sino como miembro de una comunidad, y ésta es la que interesa, la que decide y sobrevive imponiéndose. La supuesta “tolerancia” (palabra y concepto ya de por sí discutibles: alguien que está por encima “tolera” a alguien que está por debajo) del islam con otras confesiones se impone mediante acuerdo o por la fuerza, pero con todo el grupo. Así fue históricamente y así se pretende continuar haciendo: “Los términos del pacto reconocían a estas comunidades cierta posición, una vez que ellos hubieran reconocido de manera inequívoca la primacía del islam y la superioridad de los musulmanes” (Bernard Lewis). El Muqtabis de Ibn Hayyan refiere sobre el reinado glorioso de Abderrahman III: “Ahorrándonos en sus claros senderos la fatiga de pensar, disponiendo el gobierno de la comunidad y juntando la felicidad inmediata con la ulterior salvación (…) obligados a residir cerca del califa, para que la gente fuera una sola nación, obediente, tranquila, sometida y no soberana, gobernada y no gobernante”. Etcétera.
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Con estas líneas sólo pretendemos proporcionar información y ayudar a comprender el momento presente, que tanta relación guarda no sólo con momentos del pasado sino con las constantes sociales mantenidas en una determinada sociedad, en este caso la islámica.
A raíz de los procesos de descolonización del siglo XX, y de la sensación generalizada de fracaso histórico de los europeos como colofón de la Segunda Guerra Mundial, se ha desarrollado en Occidente un revisionismo –no meramente inmisericorde e hiperautocrítico hasta el ridículo- que ha concentrado sus condenas en el desmontaje minucioso y absoluto, mediante el descrédito, detodo nuestro sistema de valores. La autocrítica constituye una buena vía para la superación y la evitación de errores antiguos, pero cuando se limita a vaciar de contenido moral a nuestras sociedades, desconociendo o triturando cuanto son y valen, el efecto real que se produce es la cesión gratuita de inmensos espacios de la vida y el imaginario humanos, que corren a ocupar de modo automático otros sistemas de valores cuya superioridad está por demostrar. Creo no descubrir nada sorprendente si señalo que ésa es la situación actual entre nosotros respecto al islam, y, por lo tanto, parece más que necesario un reequilibrio realista, bueno para todos (españoles y árabes, cristianos y musulmanes), en la medida en que devolvemos su lugar a los acontecimientos y prescindimos de la imagen, porque ésta ha conseguido prevalecer sobre la realidad y constituir otra, virtual, que termina desplazando en los pensamientos y actuaciones humanos a la verdad de los hechos. Es la técnica básica de toda publicidad: se repite cientos o miles de veces un lema cualquiera, una idea fuerza o una sugerencia, por descabellada que sea, y ésta anida en la conciencia colectiva y crea su propia “verdad”: así es porque así se dice. Tristísimos ejemplos recientes en la sociedad española me eximen de insistir más en este punto. A la pregunta “¿Qué entendemos por islam?” es preciso responder que se trata de un sistema de creenciasPreguntas similares
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