Cuando empezaron a caer las lluvias de mayo el agua fue tanta que se posó en los potreros formando lagunatos. Despeñándose por los flancos de la loma, chorros impetuosos arrastraban piedras y levantaban un estrépito que asustaba a las vacas. Las infelices mugían y se acercaban a las puertas del potrero, con las cabezas altas, como rogando que las sacaran de ese sitio. Los entendidos en ganado, que oían a las reses bramar, decían que pronto se les resblandecerían las pezuñas. Aconsejado por ellos, don Braulio dispuso que llevaran las vacas hacia las cercanías de la casa, pero se negó resueltamente a que Joquito bajara con ellas.
Joquito, pues, se quedó solo en el potrero. Estuvo inquieto toda la tarde y pasó la noche bajo un memizo, bramando de cuando en cuando. Bramó también unas cuantas veces al día siguiente; sin embargo no desesperó hasta el atardecer; a la hora de las dos luces, sin duda convencido de que sus compañeras no regresarían, lanzó bramidos tan dolorosos que hicieron ladrar de miedo a todos los perros de la comarca. Al iniciarse la noche se oyó el toro hacia el fundo del potrero, pegado a las lomas; más tarde, cerca del camino real, lo que indicaba que corría el campo sin cesar y de seguir así no tardaría en saltar sobre la alambrada. Poco antes del amanecer don Braulio oyó a los perros que ladraban en forma agitada muy cerca de la casa; a poco oyó un bramido corto y el sordo trote de la bestia, que sin duda correteaba alegremente por el camino real.
Suelto en aquel lugarejo, donde no había más reses que las ventanitas de don Braulio, un toro como Joquito era una amenaza para todo el vecindario, de manera que había que encerrarlo en el potrero cuanto antes, y para eso salió don Braulio con sus peones y unos cuantos perros.
Don Braulio montaba su potro bayo, verdadera joya entre caballos, y encabezaba el grupo. Llevaban media hora de marcha y los hombres iban charlando alegremente; de pronto una mujer gritó que el toro venia sobre ellos, noticia que produjo alguna confusión. Como en un frenesí, los perros comenzaron a ladrar y a correr hacia el frente, como si hubieran olido a Joquito. Con efecto, Joquito no tardó en dejarse ver. Avanzaba en una carrera de paso parejo, ladeándose con gracia juvenil, y hacía retumbar la tierra bajo sus patas. Al tropezar con los perros se detuvo un momento y miró en semicírculo. Estudiaba la situación, que no le era favorable porque no había salida sino hacia atrás. Joquito no parecía dispuesto a volver por donde había llegado. De súbito pateó la tierra, bajó la testuz y lanzó un bramido retumbante, que hizo huir a los perros. Los hombres se habían quedado inmóviles.
Pero don Braulio era un viejo duro, y diciendo algunas palabras bastantes puercas se adelantó hacia el animal. Joquito no dudó un segundo: con la cabeza baja, arremetió con todo su peso. Los peones vieron esa mole rojiza, de brillante pelamen, cuya nariz iba rozando el suelo, arremeter ciegamente con la cola erecta. Don Braulio ladeó su bayo y eludió el encuentro. Joquito se detuvo en seco. Como los peones gritaban y le tiraban sogas al tiempo que los perros lo atormentaban con sus ladridos, el toro se llenaba de ira y rascaba la tierra con sus patas delanteras. La cola parecía saltarle de un lado a otro, fueteándole las ancas.
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Tercer párrafo: una oración
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Quinto párrafo: siete oraciones.
(el quinto párrafo comienza después del punto y aparte de "inmóviles")
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