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Respuesta:
Este tema se ha abordado en variedad de ocasiones por numerosos estudiosos quienes destacan la importancia de las obras literarias como legítima fuente histórica. Desde luego, como toda pieza de información que se tenga la intención de usar para realizar un trabajo histórico, deberá de sujetarse a los protocolos habituales de análisis y critica que todo profesional de la historia debe llevar a cabo con sus herramientas de trabajo, es decir, sus fuentes.
Y aunque el debate sobre la utilidad de la literatura como fuente histórica válida haya sido larga y profunda, probablemente habría que aceptar que la importancia de dicha disciplina ha aumentado en las últimas décadas para los profesionales de la historia, como lo sostiene Enriqueta Vila:
La atención, desde mediados del pasado siglo, a la historia económica, y social, apoyándose en datos nuevos y estadísticos que sobrepasan en mucho a la historia “externa” o “ideológica”; o el interés por la historia de la cultura y de las mentalidades, ha obligado a los historiadores a buscar nuevas fuentes y métodos que puedan introducirlos en una dimensión que les permitan captar situaciones y personajes más remisos a dejar huellas: los llamados “gentes sin historia”, que al fin y al cabo son los que soportan y, en muchos casos promueven, los verdaderos cambios experimentados por la humanidad. Y desde luego para esto nada más interesante para un historiador que las fuentes literarias como ya pusieron de manifiesto en su día maestros como Américo Castro o Jaime Vicens Vives, y más recientemente José Antonio Maraval o Antonio Domínguez Ortiz, por citar los más relevantes.
“la literatura y más concreto, la novela, es un recordatorio muy eficaz para los historiadores respecto a esa dimensión del pasado (y del presente) en la que lo imaginado y lo posible es tan históricamente relevante como lo acaecido y lo real”.
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