• Asignatura: Castellano
  • Autor: andres12bastidas
  • hace 4 años

figuras literarias del el poema la luna Diego​

Respuestas

Respuesta dada por: stephaniflores2020
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Respuesta:Diego Fallón, colombiano (1834-1905). entona estas estrofas, llenas de entusiasmo, en loor de Ja belleza lunar y de los hermosos efectos de iluminación que produce sobre el paisaje la luz del astro; además, el poeta da expansión a los sentimientos de orden religioso que en él despierta el espectáculo admirable que describe.

Ya del Oriente en el confín profundo  

La Luna aparta el nebuloso velo;

Y leve sienta en el dormido mundo

Su casto pie con virginal recelo.

Absorta allí la inmensidad saluda,  

Su faz humilde al cielo levantada;

Y el hondo azul con elocuencia muda

Orbes sin fin ofrece a su mirada.

Un lucero no más lleva por guía,  

Por himno funeral silencio santo,  

Por solo rumbo la región vacía,

Y la insondable soledad por manto.

¡Cuan bella, oh Luna, a lo alto del espacio

Por el turquí del éter lenta subes,  

Con ricas tintas de ópalo y topacio  

Franjando en torno tu dosel de nubes!

Cubre tu marcha grupo silencioso  

De rizos copos, que tu lumbre tiñe;

Y de la Noche el iris vaporoso

La regia pompa de su trono ciñe.

De allí desciende tu callada lumbre,

Y en argentinas gases se desplega,  

De la nevada siena por la cumbre

Y por los senos de la umbrosa vega.

Con sesgo rayo por la falda obscura  

A largos trechos el follaje tocas,

Y tu albo resplandor sobre la altura

En mármol torna las desnudas rocas:

O al pie del cerro do la roza humea,  

Con el matiz de la azucena bañas  

La blanca torre de vecina aldea  

En su nido de sauces y cabañas.

Sierpes de plata el valle recorriendo,  

Vense a tu luz las fuentes y los ríos,  

En sus brillantes roscas envolviendo  

Prados, florestas, chozas y plantíos.

Y yo en tu lumbre difundido, ¡oh Luna!  

Vuelvo al través de solitarias breñas  

A los lejanos valles, do en su cuna  

Do umbrosos bosques y encumbradas peñas,

El lago del Desierto reverbera,  

Adormecido, nítido, sereno,  

Sus montañas pintando en la ribera,

Y el lujo de los cielos en su seno.

¡Oh! y estas son tus mágicas regiones,  

Donde la humana voz jamás se escucha;  

Laberintos de selvas y peñones.  

En que tu rayo con las sombras lucha;

Porque las sombras odian tu mirada;  

Hijas del Caos, por el mundo errantes;  

Náufragos rostros de la antigua Nada,  

Que en el mar de la luz vagan flotantes.

Tu lumbre, empero, entre el vapor fulgura,  

Luce del cerro en la áspera pendiente;

Y a trechos ilumina en la espesura

El ímpetu salvaje del torrente;

En luminosas perlas se liquida  

Cuando en la espuma del raudal retoza;  

O con la fuente llora, que perdida  

Entre la obscura soledad solloza.

En la mansión oculta de las Ninfas  

Hendiendo el bosque a penetrar alcanza;

Y alumbra al pie de despeñadas linfas

De las Ondinas la nocturna danza.

A tu mirada suspendido el viento,  

Ni árbol ni flor en el desierto agita:  

No hay en los seres voz ni movimiento;  

El corazón del mundo no palpita...

¡Se acerca el centinela de la Muerte!  

¡He aquí el Silencio! Sólo en su presencia  

Su propia desnudez el alma advierte,  

Su propia voz escucha la conciencia.

Y pienso aún y con pavor medito

Que del Silencio la insondable calma

De los sepulcros es tremendo grito

Que no oye el cuerpo y que estremece el alma.

Y a su muda señal la Fantasía

Rasgando altiva su mortal sudario,

Del infinito a la extensión sombría

Remonta audaz el vuelo solitario.

Hasta el confín de los espacios hiende,  

¡Y desde allí contempla arrebatada  

El piélago de mundos que se extiende  

Por el callado abismo de la Nada!...

El que vistió de nieve la alta sierra,  

De obscuridad las selvas seculares,  

De hielo el polo, de verdor la tierra.

Y do hondo azul los cielos y los mares,

Echó también sobre tu faz un voló.  

Templando tu fulgor, para que el hombre  

Pueda los orbes numerar del cielo.  

Tiemble ante Dios, y su poder le asombre.

Cruzo perdido el vasto firmamento,  

A sumergirme torno entre mí mismo:

Y se pierde otra vez mi pensamiento

De mi propia existencia en el abismo.

Delirios siento que mi mente aterran...  

Los Andes a lo lejos enlutados  

Pienso que son las tumbas do se encierran  

Las cenizas de mundos ya juzgados...

El último lucero en el Levante  

Asoma, y triste tu partida llora:  

Cayó de tu diadema ese diamante,

Y adornará la frente de la Aurora.

¡Oh, Luna, adiós! Quisiera en mi despecho  

El vil lenguaje maldecir del hombre,  

Que tantas emociones en su pecho  

Deja que broten y les niega un nombre.

Se agita mi alma, desespera y gime,  

Sintiéndose en la carne prisionera;  

Recuerda al verte su misión sublime,

Y el frágil polvo sacudir quisiera.

Mas si del polvo libre se lanzara  

Ésta que siento, imagen de Dios mismo,  

Para tender su vuelo no bastara  

Del firmamento el infinito abismo;

Porque esos astros, cuya luz desmaya  

Ante el brillo del alma, hija del cielo,  

No son siquiera arenas de la playa  

Del mar que se abre a su futuro vuelo.

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