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Respuesta:
La historia del deporte en Argentina se remonta a los diferentes pueblos originarios que habitaban el territorio de lo que a partir del siglo XIX sería la Nación Argentina. El pueblo mapuche, entre otros deportes, practicaba el palín, que alcanzó gran difusión entre las tribus que vivían en la región sur del actual territorio argentino, considerado el juego indígena más importante de Sudamérica.[1] Un deporte muy similar era practicado también por las culturas pilagá, toba y mocoví. Por su lado, el pueblo guaraní practicaba un deporte de pelota de goma (producto de origen americano) jugada exclusivamente con el pie, que ha sido considerado uno de los antecedentes del fútbol.[2][3]
Explicación:
espero aberte ayudado
Respuesta:
No hay duda que por encima de otras posibles
calificaciones, podemos considerar que el siglo
XX ha sido el siglo del deporte. Con independencia de sus raíces clásicas que se remontan
a la Grecia antigua, hay que decir que su recuperación se produjo en el siglo XX a través del ideario olímpico promovido por Coubertin a partir
de la importación del modelo deportivo anglosajón a la Europa continental. Es evidente que
durante el siglo pasado -es decir, el siglo XX- el
deporte se ha convertido en un universal cultural
que se ha extendido por todas partes. El ascenso
continuo del movimiento olímpico -que reúne
más estados que la mayoría de organismos internacionales- así lo confirma. Y aunque el deporte
ha sido denigrado en más de una ocasión por
situarse al servicio del poder político -el caso de
la Olimpíada de Berlín (1936) es una buena prueba de lo que decimos-, no es menos verdad que
el siglo XX -que ha asistido de manera impasible
al desencadenamiento de dos Guerras Mundiales, sin olvidar el gran número de conflictos regionales que desgraciadamente todavía perduranpuede encontrar en el deporte una de sus aportaciones más positivas. Mejor que en el futuro recuerden el siglo XX por ser el siglo del deporte
que no por la barbarie bélica, la bomba atómica
de Hiroshima o las deportaciones que conducían
a las cámaras de gas de Auschwitz.
El deporte entró en la cultura moderna con una
clara vocación pedagógica porque, al margen de
otras posibles lecturas, parece que tal como lo
concibieron los educadores ingleses del siglo XIX
tenía una función educativa que se quiso universalizar al destacar Coubertin la potencialidad de
la Pedagogía deportiva (1922). En este sentido,
no hay duda que el deporte -definido por el mismo Coubertin como "le cuite voluntaire et
habitud de l'exercice musculaire intensif per le
désir du progrès et ne craignant pas d'aller
jusqu'au risque"-1
constituyó, desde primera
hora, un verdadero programa de regeneración
social al proclamar valores modernos como el ejercicio físico, el gusto por el aire libre, la higiene y
la camaradería, sin olvidar que el deporte era presentado como el mejor antídoto para combatir
las plagas sociales (alcoholismo, enfermedades
venéreas) que, en las postrimerías del siglo XIX,
afectaban a la juventud.2
Además, bajo la influencia de los vientos
neovitalistas el deporte promovió una plástica que
-a la larga- fue utilizada por los regímenes totalitarios para favorecer la estetización de la política. Por otra parte, la aparición de los noticiarios
cinematográficos facilitó la divulgación de las
competiciones deportivas y el estudio a cámara
lenta de las imágenes biomecánicas, que eran
analizadas detenidamente en los laboratorios por
fisiólogos y entrenadores a fin de mejorar la eficacia de los movimientos corporales (marcha,
saltos, carreras, lanzamientos, etc.). A lo expuesto, hay que añadir que la divulgación del deporte
comportó la extensión de una moral estoica que
destaca la dimensión agonística del entrenamiento y de la competición deportiva. A pesar
del peligro a las lesiones, el esfuerzo, el trabajo y
la actividad desinteresada constituían algunas de
las virtudes proclamadas por aquellos apóstoles -
nos referimos naturalmente a los pioneros que
fundaron clubes y sociedades deportivas a fines
137
del siglo XIX- que, un poco idealmente siguiendo una visión romántica de la tradición clásica,
confiaban en la capacidad reformadora del deporte. Tanto es así que la exaltación de la lucha y
del sacrificio fue presentada como un elemento
clave para la formación humana de manera que
se hizo famosa aquella expresión -a menudo mal
interpretada pero que atesora una inequívoca
voluntad pedagógica- que dice que lo más importante es, justamente, el hecho de participar
practicando el juego limpio (fairplay). En último
término, lo que forma es siempre la preparación
para la competición deportiva al margen del
resultado -positivo o negativo, derrota o victoriaque se da. Así entendía Thomas Arnold la
formación deportiva de los universitarios británicos, aquellos que competían con los remos en
las aguas del Támesis en las regatas entre Oxford
y Cambridge o aquellos otros jóvenes que corrían
en las pistas atléticas con el deseo de prepararse
para la vida, tal como puso de relieve una película
repleta de valores humanos como Carros de
fuego (1981).
Con todo, no se puede perder de vista que en la
Europa continental fue la gimnasia en primer
lugar, y el ciclismo y el atletismo más tarde, los
deportes que marcaron los mojones de un itinerario que se ha identificado con el paso de la gimnasia al deporte.3 Todo este cúmulo de circunstancias generó un proceso histórico que determinó el tránsito de la gimnasia -ejercicio típico del
siglo XIX- al deporte que fue presentado por las
vanguardias culturales y los manifiestos artísticos -y aquí el nombre de Dalí ocupa un lugar