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Al principio de un psicoanálisis todo es ignorado, todo está por descubrir: como un vasto continente cubierto de bosques espesos, de ríos, de algunos desiertos también, el inconsciente espera ser cartografiado. El psicoanalista y el paciente no saben lo que les espera y la experiencia demuestra que, en general, a medida que entran en ese continente, perciben que su ignorancia era más grande de lo que sospechaban. Esto sucede en la mayoría de las investigaciones científicas; desde el momento en que uno empieza a profundizar en un tema, uno se da cuenta de toda su complejidad (lo cual, por cierto, da toda la riqueza de la ciencia y de la mente humana). La amplitud de la ignorancia puede desanimar al principio, pero se debe poder tolerar a lo largo de un proceso de descubrimiento, ya que lo que se encuentra es a menudo importante.
Algunos escollos
Sin embargo, darnos cuenta de que ignoramos algo importante, especialmente cuando nos concierne directamente, provoca, por regla general, tres reacciones diferentes: a) miedo –– qué consecuencias tendrá?; b) desprecio –– me siento tan en falta respecto a eso que me burlo de ello para defenderme; c) o curiosidad –– esto podría ser interesante… Ahora bien, la regla fundamental del análisis, decir todo lo a uno se le pase por la cabeza y el cuerpo, conlleva que tarde o temprano aparecerán en la conciencia del paciente pensamientos, imágenes o emociones sorprendentes, y a veces perturbadoras, cuyo sentido y origen desconoce. Y, nuestra tendencia a todos, frente a algo perturbador en nosotros, es intentar seguir ignorándolo, volver a exiliarlo a los territorios sombríos de lo desconocido y hacer como si eso nunca hubiera existido. El riesgo de ceder excesivamente a esta tendencia es reforzar la repetición estéril de las mismas dificultades dado que nada nuevo es aportado a la solución del problema.
El trabajo
La tarea del psicoanalista, entonces, es precisamente ayudar al paciente a desarrollar una actitud de curiosidad abierta hacia lo que surge en él/ella ––lo que, a fin de cuentas, es la base de la actitud científica –– e intentar comprender sus producciones, sean las que sea, sin tener demasiado miedo, en el terreno seguro del marco terapéutico. El desarrollo de esa curiosidad en el paciente está íntimamente ligado a tres capacidades del analista: a) su paciencia, no se puede comprender todo inmediatamente; b) su no-juicio sobre lo que el paciente enuncia, lo que disminuye las barreras morales; y c) su capacidad de dar sentido a lo que parece no tenerlo.
Este tercer punto es esencial ya que, para que una persona esté dispuesta a estar curiosa respecto a algo perturbador en ella misma, debe sentir que eso no es un vano ejercicio doloroso, sino que le aportará algo útil emocionalmente. Uno está dispuesto a entrar en las marismas sólo si cree que allí se encuentra algo valioso. Finalmente, el psicoanalista debe poder demostrarle al paciente que los beneficios de la curiosidad, incluso a precio de una cierta incomodidad, sobrepasan de la lejos la seguridad de la ignorancia.
Acordémonos que los inmensos progresos que el ser humano ha hecho en el campo de las ciencias de deben a la persistente curiosidad de investigadores que querían comprender y que, poco a poco, avanzando y retrocediendo, han desvelado los misterios del mundo, mejorando así nuestra salud y calidad de vida. Tales son los caminos del psicoanálisis.