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En términos generales, puede decirse que la explotación moderada de una cubierta vegetal de tal naturaleza no es de ninguna manera incompatible con las funciones protectoras a que está destinada, siempre y cuando se mantenga su óptima densidad. En cambio, si la vegetación natural queda suplantada por cultivos que dejan el suelo expuesto o mal protegido durante parte del tiempo y que cada año van despojando la tierra de una porción de su materia orgánica y substancias minerales, es posible que el terreno se empobrezca o deteriore hasta tal grado que de por sí la vegetación natural no pueda restablecerse, y en consecuencia sobrevenga la pérdida, temporal o definitiva, de un elemento protector.
Hay muchos casos, sin embargo, en que será ineludible dedicar a la agricultura tierras en lo pasado incultas. Las técnicas de conservación de suelos, aunque viejas en principio pero hoy en día susceptibles de una aplicación de mucho mayor alcance gracias a las mejoras de los aperos mecánicos y a la disponibilidad de fertilizantes eficaces, permiten practicar el cultivo intensivo en zonas antes reservadas a la agricultura extensiva y, por lo menos teóricamente, también en lugares que hace un siglo se hubieran dejado sin vacilación para monte. De aquí que hayan perdido fuerza las ideas que hasta ahora determinaban las categorías de tierras que debían conservarse con su revestimiento natural permanente; por ejemplo: las laderas más empinadas de lo que el cultivo admitía.
El menor costo que hoy significa la utilización de técnicas agrícolas antiguas, como las referentes a la siembra en terraplenes y en fajas de contorno, las hace ya a menudo exequibles en pendientes muy pronunciadas, contribuyendo a la vez no sólo a la conservación del suelo sino a la absorción y retención del agua, efectos que en otras épocas se consideraban propios de la cubierta natural. De igual manera, se consigue que en la agricultura migratoria el papel que desempeña el barbecho forestal para restaurar su fertilidad al suelo, sea eliminado mediante la adecuada aplicación de abonos, incluso en las regiones tropicales.
No obstante, dichos métodos agrícolas no pueden adoptarse en todas partes, tanto por el costo que todavía representan, como a causa de los hábitos de vida, si bien es indudable que su uso se irá generalizando a medida que las naciones progresen y el aumento de su población imponga mayores exigencias a la producción de alimentos. Por tanto, en lo que respecta al aprovechamiento de la tierra, la elección entre la agricultura y los montes como recursos naturales renovables, dependerá, con seguridad, más de las condiciones económicas o sociales que de aquilatar las ventajas relativas de la explotación agrícola o forestal para la protección del suelo y su fertilidad.
Ante esta situación, los ingenieros de montes tienen la tarea de aclarar conceptos acerca de lo que deba entenderse exactamente por papel protector de un recubrimiento permanente de la tierra; de realizar investigaciones para comprobar su auténtica importancia y las influencias de diversos tipos de vegetación persistente en el mismo lugar; y en fin, habrán de definir los elementos que concurran en cualquier determinación de lo que pudiera denominarse la «superficie mínima absoluta de protección»; es decir: la menor extensión que deba mantenerse con una cubierta vegetal natural, sin otro objeto que el de desempeñar funciones protectoras.
No hay duda de que en la práctica tendrá que excederse con mucho este mínimo absoluto. Para cada país será necesario determinar el límite ínfimo razonable de acuerdo con las condiciones económicas y sociales en general. En los casos en que no puedan implantarse satisfactoriamente los métodos modernos de administración rural, se hará indispensable mantener intacta una cubierta permanente más extensa. Desde luego, todavía no se ha demostrado que los méritos de tal administración lleguen en realidad a subsanar por completo la falta de una capa vegetal permanente del terreno o a lo menos tratándose de ciertos tipos como una selva espesa, y es ese otro asunto que también merece ser investigado y que no puede decidirse a la ligera. Como quiera que sea, la determinación de la «superficie mínima absoluta de protección» reviste una importancia indiscutible, razón por la cual se ha pedido al Cuarto Congreso Mundial de Silvicultura que analice y avalúe nuevamente el concepto tradicional de bosque protector; e investigue hasta qué punto el criterio de protección puede servir de guía a los países en la determinación de las áreas en que es imprescindible mantener o restablecer una cubierta vegetal permanente.