¿qué acciones propias de mi sociedad son generadoras de algunos de los impactos ambientales que vemos en la actualidad?
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Respuesta:
Las sociedades actuales están produciendo impactos insostenibles e irreversibles sobre la biosfera. Nuestros sistemas socioeconómicos han crecido demasiado en relación con el medio que los contiene, alterando hasta los grandes ciclos naturales, degradando o destruyendo muchos ecosistemas y causando gran mortandad animal, vegetal y un profundo deterioro de la vida humana. Problemas como el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la contaminación química, la degradación de los ecosistemas y algunos ciclos de materiales, la acidificación de los océanos y el agotamiento de algunos bienes son consecuencia de este modelo.
La mayor responsabilidad concierne al capitalismo de los países enriquecidos y a sus élites económicas, cuyo modelo de producción y consumo no es generalizable a todos los países del mundo, sin exceder irreparablemente la ya superada capacidad de carga del planeta, ni responde a una lógica que tenga en cuenta las verdaderas necesidades humanas. Ese mismo sistema arroja a muchas personas a vivir en condiciones de pobreza y miseria. Ello obliga a hacer hueco (en términos ecológicos) para las personas excluidas: mujeres, pueblos indígenas y en general personas empobrecidas de todo el planeta, las generaciones futuras, además de al resto de especies con las que compartimos la biosfera. Urge un cambio profundo en nuestras formas de trabajar, producir y consumir: la reconstrucción de las sociedades para adaptarse a los límites de los ecosistemas sin perder de vista la solidaridad y la equidad.
No es posible la expansión material indefinida en un sistema finito de recursos y sumideros como es la biosfera que habitamos, ni resulta sostenible el tipo de «globalización» económica que impulsa el actual modelo capitalista. Debemos emprender una reducción sistemática del impacto ambiental de las actividades humanas. Por mucho que avance la eficiencia ambiental de la producción (es decir, la reducción sistemática el impacto ambiental por unidad de producto), no tendrá efectos positivos sin promover cambios culturales que supongan una reducción del consumo con criterios de redistribución que supongan una vida digna para todas las personas y dentro de los límites de la Tierra.
Los recursos naturales (renovables y no renovables) que tomamos de nuestro entorno, y los residuos que emitimos después, han de quedar indefinidamente por debajo de los límites de extracción, producción biológica, absorción y regeneración de los ecosistemas. Una economía ecológicamente eficiente quiere decir minimizar el flujo de energía y materiales que necesita el metabolismo económico poniendo en el centro la vida. Dada la enorme inequidad tanto a nivel mundial como dentro de los países, una redistribución global ajustada a los límites de los ecosistemas supondrá aprender a vivir mejor con menos: la actual cultura del derroche debe dar paso a una cultura de la autolimitación, de la austeridad y de la suficiencia. Precisamente sociedades con alta justicia social, donde las necesidades se cubren, sin demasiado apego material y con riqueza de relaciones sociales son aquellas que tienen más probabilidades de contener gente feliz.
Las políticas económicas convencionales causan simultáneamente la progresiva degradación de los ecosistemas y niveles cada vez más altos de precariedad vital, y no reconocen debidamente el valor indispensable de los cuidados que tradicionalmente han venido desempeñando las mujeres para el mantenimiento de la vida. Sólo un cambio hacia políticas de reparto de los trabajos, productivos y reproductivos, permitirá crear sociedades en las que estas carencias se solventen.
El planeta ha rebasado su capacidad de carga y algunos problemas han superado los límites básicos de seguridad para la permanencia de la vida humana en la Tierra. Además, algunos de los desarrollos tecnológicos, económicos y sociales en curso entrañan riesgos tales que aumentan dicha amenaza. Sirvan como ejemplo la acumulación de armas de destrucción masiva o la generación de electricidad en centrales nucleares, pero también el sistema financiero, la manipulación genética, los alteradores hormonales, la robótica o la nanotecnología. En todos estos campos, ni las exigencias de beneficio crematístico ni los valores fáusticos de la desmesura son guías apropiadas para la acción; se impone, por el contrario, una acción prudente guiada por la idea de la equidad y el principio de precaución, que minimice los riesgos para las generaciones actuales y sobre todo para las futuras. En el siglo XXI, no hay peor espejismo que pretender responder a nuestra crítica y compleja situación con «más de lo mismo».
BIODIVERSIDAD