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Fue en 1930. Usted ahora me conoce como el maestro pero en esos años yo iba a la escuela, imagínese. Ushuaia era apenas un pueblito, con unas cuantas cuadras a lo largo de la costa por tres o cuatro de ancho, las últimas casas trepadas a la montaña, como si quisieran empinarse para no dejar de ver la bahía. Entonces parecía más pueblo marinero que ahora. Aquél es el Monte Olivia, el gigante, el guardián de Ushuaia; en yámana quiere decir "punta de arpón". Para los indios fueron montañas protectoras, míticas, desde el origen de los tiempos. Este lugar ha dado para todos los mitos, fábulas e historias verdaderas que quiera imaginar. Al principio fue lugar de pocas mujeres, blancas quiero decir. Hay que pensar en pioneros, místicos, aventureros, hombres raros, a veces tan devastados por la soledad que hasta se olvidaban de hablar. Algunos se perdieron por los canales, cerca del Cabo de Hornos. Una o dos veces al año llegaban en sus barquitos a aprovisionarse al almacén, pedían pisco o grapa, y ahí se quedaban, mirando la botella sin abrir la boca. No alardeaban de nada, aunque podrían haberlo hecho porque vivir en el laberinto de pasajes escondidos por donde nunca anda nadie no es para cualquiera. La soledad inventa cosas. Se contaba de un noruego que vivía cerca de las isla Hoste, la única vez que hablo fue para decir que había visto una sirena. Imagínese. Tenia cuerpo de foca y busto de mujer, dijo, con un pelo largo color verde, los ojos que fosforecían en la oscuridad y un canto tristísimo. El noruego vivía con una chica indígena en su bote, pero la única mujer en el mundo para el era la sirena. Se paso el resto de su vida tratando de volver a encontrarla. Desde entonces, o tal vez desde mucho antes, quedo que hay sirenas en los canales. Esto me lo contaron, pero yo mismo fui testigo de cosas inolvidables cuando era chico, como la llegada del primer avión, en el 28, un hidroavión, con el loco Pluschow, al que le decían “el as alemán”, arriba. Cuando se oyó el motor en el cielo la gente se volvió loca. O como cuando llego el primer dentista; o como cuando se abrió el primer cine, en el 32. Eran acontecimientos. Dicen que tengo buena memoria, pero acá es común, porque vivíamos en un lugar donde todo se hacia por primera vez. Y si agrego uno o dos detalles no voy a traicionar la historia, voy a reponer algo parecido que seguramente estaba ahí y que el tiempo se llevo.
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