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Todos los días, millones de alumnos, profesores, personal administrativo, de intendencia y directores entran a las aulas a dar lo mejor de ellos, con los recursos que tienen a la mano. Nuestro sistema educativo –uno de los cinco más grandes del mundo, según cifras de la Secretaría de Educación Pública– alberga en sus entrañas a más de 36 millones de alumnos, 2 millones de docentes y 250 mil planteles en todo el país.
No es fácil hacer funcionar diariamente un sistema de estas proporciones para lograr que millones de personas aprendan en sus aulas y los profesionales educativos desarrollen sus capacidades; se requiere de grandes líderes que acompañen, guíen y ejecuten con los recursos disponibles para el mejor aprovechamiento escolar.
Al hablar de líderes educativos, la mayoría de las personas no se refieren a titulares de dependencias o servidores públicos detrás de un escritorio, sino que suelen pensar en profesores, directores y supervisores, quienes todos los días se enfrentan a las diversidades tan complejas de los alumnos, a sus distintos contextos y situaciones socioeconómicas.
Aunque la figura de un líder ha sido vista tradicionalmente como una persona autoritaria que sólo ordena y delega, este concepto ha cambiado y la materia educativa no es la excepción, pues las necesidades de cada comunidad escolar así lo exigen.
Un líder, señalan quienes laboran en las aulas, es aquel que comparte y promueve la mejora de la comunidad escolar, tanto dentro como fuera de las instalaciones; una persona que impulsa a sus compañeros a ser mejores personas, subordinados, padres de familia y alumnos, a través del ejemplo.
Ser un líder no significa precisamente ser una autoridad; se trata de una figura que influye en los demás. La comunidad escolar se mueve, sin duda, a través de las acciones que éstos realizan, y su desarrollo y mejora abarca la voluntad y participación de la mayoría de los involucrados en los procesos educativos.
De acuerdo con lo que expone Bernard M. Bass, doctor en Psicología y profesor-investigador de la Binghamton University, en su libro Leadership and Performance Beyond Expectations (1985), los líderes logran mejores resultados en una o más de las siguientes maneras: son carismáticos a los ojos de sus seguidores y son una fuente de inspiración para ellos; pueden tratarlos individualmente para satisfacer las necesidades de cada uno de sus subordinados; y pueden estimular intelectualmente a los mismos.
Estos factores, explica Bass, representan los cuatro componentes básicos del liderazgo transformacional:
Influencia idealizada (liderazgo carismático). Ésta es fuerte entre líderes que tienen una visión y sentido de misión; se ganan el respeto y la confianza de su comunidad; y adquieren una identificación individual fuerte con sus seguidores.
Consideración individualizada. Los líderes se concentran en identificar las capacidades y en diagnosticar las necesidades de sus seguidores y las atienden de manera personalizada. También les delegan, entrenan, aconsejan, proveen retroalimentación y elevan el nivel de responsabilidad de sus seguidores, así como su nivel de confianza, no sólo para que cumplan con los requisitos de trabajo y para maximizar su desempeño, sino para potenciar el desarrollo personal de los mismos.
Estimulación intelectual. Los líderes promueven activamente una nueva mirada a viejos métodos; fomentan la creatividad y enfatizan la reflexión y reexaminación de suposiciones subyacentes a los problemas. También utilizan la intuición y una lógica más formal para solucionar los desafíos. Además, quienes estimulan intelectualmente desarrollan seguidores que atacan los problemas usando sus propias perspectivas únicas e innovadoras, es decir, los seguidores se transforman en solucionadores de problemas más efectivos con y sin la facilitación del líder.