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elfos. Un templo griego –del que hoy solo quedan unas pocas ruinas– se erguía en la ladera del monte Parnaso. Se trataba de un santuario dedicado a Apolo, dios de la música y la poesía. Hace miles de años, justo ahí, sobre el macizo frontón del templo, podía leerse una sencilla inscripción: «Conócete a ti mismo…». En la parte posterior del edificio, también en la fachada y a la misma altura que el frontón opuesto, la oración continuaba: «y conocerás a los dioses y el universo.” No es imposible que la inscripción estuviese ahí antes que la propia humanidad. El poeta latino Juvenal asegura que la consigna proviene literalmente “del cielo”. De lo que no cabe duda es de que esas palabras son las primeras de la historia de Occidente. «Conócete a ti mismo…» es el primer verso del inconmensurable poema que empezó con Homero y que continúa hasta nuestros días. Quizá no solo sea el primer verso, sino también el único de ese poema infinito (todo lo que se ha escrito después –Platón, Virgilio, San Agustín, Dante, Cervantes, Shakespeare…– no son más que notas a pie de página que desarrollan esta cuestión). Después de todo, puede que escribir literatura no sea más que buscarse y encontrarse a sí mismo a través del lenguaje.
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