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Explicación:
Disputa de Agamenón y Aquiles
148 NARRADOR Entonces, mirándolo fieramente, exclamó Aquiles, el de los pies ligeros:
149 AQUILES -¡Ah, sinvergüenza y codicioso! ¿Cómo puede estar dispuesto a obedecer tus órdenes ni un aqueo1 siquiera, para emprender la marcha o para combatir valerosamente con otros hombres? No he venido a pelear obligado por los belicosos troyanos, pues no me parecen culpables de nada -no se llevaron nunca mis vacas ni mis caballos, ni destruyeron jamás la cosecha en la fértil Ftía2, criadora de hombres, porque muchas sombrías montañas y el ruidoso mar nos separan-, sino que te seguimos a ti, grandísimo insolente, para darte el gusto de vengaros de los troyanos a Menelao y a ti, cara de perro. No te das cuenta de esto, ni por ello te tomas ningún cuidado, y aun me amenazas con quitarme la recompensa que por mis grandes fatigas me dieron los aqueos. Jamás el botín que obtengo iguala al tuyo cuando éstos entran a saco en una populosa ciudad de los troyanos: aunque la parte más pesada de la impetuosa guerra la sostienen mis manos, tu recompensa, al hacerse el reparto, es mucho mayor; y yo vuelvo a mis naves, con un botín pequeño, aunque agradable, después de haberme cansado en el combate.