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Tiene por finalidad que el confirmado sea fortalecido con los dones del Espíritu Santo, completándose la obra del bautismo. Los siete dones del Espíritu Santo, que se logran gracias a la confirmación, son: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.En el Antiguo Testamento se refiere al pacto (Berit, en lengua hebrea) que se establecía entre Dios y su pueblo o bien entre Dios y algún personaje concreto (Noé, Abraham, etc.). Pero la Alianza del Antiguo Testamento es fundamentalmente el pacto que estableció Dios con el pueblo judío en el monte Sinaí.
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Prof. Aldrich - Taiwan
La confirmación es el segundo sacramento de la iniciación. Sin embargo, en la mayor parte de los tratados de teología sacramental se habla menos de la confirmación que del bautismo. A pesar de su poder e importancia, en varias ocasiones la teología ha descuidado este sacramento.
3.2. Institución y existencia de la confirmación
La confirmación contiene dos acciones rituales: una imposición de las manos y una unción con aceite perfumado, que recibe el nombre de crisma, durante las cuales se pronuncian palabras significativas. Intentaremos examinar a continuación la existencia de este rito según las Escrituras, los Padres y la enseñanza de la Iglesia.
3.2.1. Las Escrituras
Ya en el Antiguo Testamento se hallan algunas prefiguraciones de la confirmación. Desde muy antiguo, se usaban las manos para invocar una bendición sobre individuos especialmente escogidos (Gn 48,13-16) y también para designar a quien debía desempeñar un papel especial (Nm 8,10). La unción con aceite, en particular con aceite perfumado, es uno de los ritos de celebración gozosa de la Antigua Alianza (Mi 6,6), que no sólo contiene prefiguraciones sino también profecías de una efusión futura del Espíritu Santo, como la de Joel: "Después de esto yo derramaré mi espíritu sobre todo mortal y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas, vuestros ancianos tendrán sueños, vuestros jóvenes verán visiones" (Jl 3,1). El profeta Isaías anunció un don futuro del Espíritu Santo: "Derramaré aguas sobre el sediento suelo, raudales sobre la tierra seca. Derramaré mi espíritu sobre tu linaje, mi bendición sobre cuanto de ti nazca" (Is 44,3).
En el Nuevo Testamento, Cristo cumplió su misión en el poder del Espíritu (Mc 1,10) y proclamó: "El Espíritu del Señor sobre mí" (Lc 4,17-21). Cristo prometió el Espíritu Santo a sus Apóstoles para que pudieran atestiguarlo sin temor (Lc 12,12; cfr. Jn 14-15). Después de su resurrección, Cristo volvió a prometer el Espíritu Santo: "Recibiréis una fuerza, cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros, y de este modo seréis mis testigos" (Hch 1,8; cfr. Lc 24,49). Las promesas de Cristo se cumplieron el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo bajó con su poder sobre Nuestra Señora y los Apóstoles. Los primeros fieles fueron bautizados y recibieron el Espíritu Santo (Hch 2,38). Para hablar del bautismo de Jesús se utiliza la terminología de la unción, que describe que fue bautizado por el Espíritu Santo (Hch 10,38) y, de la misma manera describe su Filiación divina (Hb 1,9). Además, la misma expresión se aplica para afirmar que los cristianos comparten, por medio de Cristo, el don mesiánico del Espíritu (1 Jn 2,20-27). Los Hechos de los Apóstoles describen un rito que implica un don del Espíritu Santo vinculado con el bautismo, pero distinto de él, y que consiste en la imposición de las manos: "Al enterarse los Apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaría había aceptado la palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Éstos bajaron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo, pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo" (Hch 8,14-17). Alrededor de treinta años después, san Pablo celebró el mismo rito en Éfeso (Hch 19,1-8). La Epístola a los Hebreos menciona una imposición de las manos distinta del bautismo (Hb 6,2).
De lo anterior se desprende que el rito celebrado por los apóstoles Pedro y Juan tiene todas las características de un sacramento. Se celebraba con un signo tangible, es decir, la imposición de las manos. El rito producía la gracia (Hch 8,18) y era distinto del bautismo. Había sido instituido permanentemente por Cristo. Puesto que el Señor había prometido impartir el Espíritu Santo a todos los fieles, se debe suponer que dejara claras instrucciones sobre cómo comunicar ese don. Como los Apóstoles se consideraban simplemente como ministros de Cristo y siervos de los misterios divinos (1 Co 4,1) y no sus inventores, esta acción sagrada debe haber sido instituida por Cristo mismo, mientras que los Apóstoles sólo administraban ese rito del don del Espíritu Santo. Nada sabemos del momento exacto en que el Señor instituyó la confirmación. Algunos teólogos afirman que lo hizo antes de su resurrección, otros que lo hizo después. Algunos estudiosos suponen que Cristo instituyó la confirmación durante la última cena, cuando pronunció el largo discurso sobre el Espíritu Santo (Jn 16,5-15). Algunos teólogos han afirmado que el sacramento fue por Cristo prefigurado al imponer las manos a los niños (Mt 19,13), mientras que durante la última cena lo fundó de manera más clara, ordenándoles a los Apóstoles que lo administraran después de Pentecostés.
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