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FILOSOFÍA DE LA PROTESTA RADICAL
Y FILOSOFÍA DE LA PROTESTA REFLEXIVA
EN BARUCH SPINOZA
Jorge Velázquez Delgado
La gran paradoja del spinozismo se encuentra en el deseo por establecer los principios de una filosofía que aspira a la reforma de la naturaleza humana, y que
acepta como evidencia la imposibilidad de llevar tal empresa a buen término. Es
un realismo radical lo que acentúa que invariablemente en política se tenga que
decidir entre la protesta radical y la protesta reflexiva.
The great paradox of spinozism is found in the desire to establish the principles
of a philosophy that aspires to the reform of human nature, and that accepts as
evidence the impossibility of carrying out such an enterprise. It’s a radical realism that accentuates the politics’ necessesity to choose between the radical protest and the reflexive protest.
Los amos del poder y de la gracia reparten
el mundo a su antojo.
El conatus está enfermo;
la imaginación satisfecha, anula el deseo.
(Silvia Ziblat)
Baruch Spinoza muere en 1677, dejando por herencia una obra que, si bien no fue
vasta dada su temprana muerte, pues como sabemos muere a la edad de 44 años, en muchos
de sus aspectos ésta sí aparece como inescrutable, o bien simplemente como una montaña
que es imposible conquistar a pesar de presumir tener ciertos caminos despejados que
supuestamente nos conducen a reconocerla como algo claro y distinto. Es esta obra la que
siempre ha sido objeto de una extraña relación que oscila entre el odio abyecto y la admiración incondicional. Es decir, entre el odio como expresión de una inevitable como necesaria pasión humana y la posibilidad de hacer de esta filosofía algo mínimamente inteligible.
Es tal vez la presencia de tales oscilaciones lo que convierte en incalificable tanto a la
propia vida de Baruch Spinoza como a su filosofía política. Una vida y una obra que nunca
han dejado de ser marginales a pesar de que formaron parte de una sociedad, como lo fue la
holandesa del siglo XVII, que si bien quiso hacer de la tolerancia una virtud elevada a rango
institucional, no evitaba, por otro lado, la simulación. Cosa, esta última, que tal vez no tenga
aquí una importancia relevante. Lo relevante es, en última instancia, reconocer que la vida de
© Cuadernos sobre Vico 15-16 (2003)
Sevilla (España). ISSN 1130-7498
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Spinoza
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este filósofo, así como su obra, son parte de una sociedad recién liberada de los enormes prejuicios político-religiosos provocados por las querellas de la fe entre católicos y protestantes;
de una sociedad que vive a la vez un tan inconcebible como admirable auge económico, resultado del estratégico papel que desempeñó en lo que fue esa idílica alborada de la economía
–mundo capitalista–, fue resultado de un feliz conatus1 que permitió forjar una personalidad
tan particular como fue la de Spinoza, con uno de los grandes cimientos de la modernidad,
como lo fue la vida socio-económica y cultural de Holanda en el siglo XVII.
Son estos extraños entrecruzamientos de la historia lo que no evita que se sospeche, al
hablar de la filosofía política de Baruch Spinoza, que existe en verdad una admirable e inescrutable “estrategia del conatus”2. Una estrategia la cual para Spinoza se reduce a establecer
lo que será para él la construcción de una sabiduría capaz de no dejarse arrastrar por las
imprescindibles pasiones políticas que constantemente perturban a toda sociedad. Es un presupuesto como éste lo que permite decir que lo que se propone una filosofía como la de
Spinoza es una doble tarea: evitar y superar el estado de servidumbre humana que se vive
cuando los hombres se someten más a la pasión que a la razón. En apariencia, este doble propósito en sí no contiene nada de admirable, pues de hecho es esto lo que caracteriza en general a toda auténtica filosofía política de la modernidad3. Lo relevante es que a partir de esta
simple inquietud, Spinoza se adelanta con mucho a su época y la trasciende al abrir los caminos por los cuales deberá transitar la reflexión política moderna a partir de la Ilustración.
En este sentido cabe preguntar sobre la autenticidad de esta filosofía política que no se
sujeta a todas las inquietudes dominantes de la época como lo fueron, por ejemplo: por un lado,
las cada vez más débiles y apagadas propuestas de los filósofos de la “razón de Estado”, quienes encerrados en su engolosinado y a la vez contradictorio antimaquiavelismo pretendieron
estrechar más aún los lazos entre la teología y la política; por otro, esa construcción plena de
profunda “imaginación” política salida de la pluma de Thomas Hobbes, pero referida, en especial, a la nueva condición histórica que arrastran las sociedades europeas al decidir ser preferentemente capitalistas y, en general, al intenso desgarramiento de sus aún no apagadas del todo
rivalidades religiosas, como de sus siempre latentes guerras civiles y revoluciones políticas.