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El anciano sabio
Myanmar / Sufismo turco / Judaísmo
Al joven príncipe no le gustaba demasiado la vida de palacio, de ahí que aprovechara la más mínima ocasión que se le presentara para escabullirse y tomar el sendero que llevaba a los verdes campos y bosques de la región. Sólo allí se sentía en paz, escuchando el canto de los labradores arando la tierra, ensimismándose con los reflejos del sol en los arroyos y observando a los grillos haciendo sonar sus alas como violinistas.
Un día, al pasar junto a una granja de regreso al palacio, observó a un anciano plantando unos retoños de cerezo en la huerta cercana a la casa. Evidentemente, para el hombre estaba suponiendo un notable esfuerzo cavar la tierra con el fin de plantar los retoños, por lo que el príncipe se detuvo intrigado junto al murete de piedra que separaba la granja del camino.
—¡Anciano! –dijo el príncipe llamando la atención del viejo granjero– ¿Os puedo preguntar qué edad tenéis?
—Por supuesto, joven amigo –dijo amablemente el anciano, que, aunque no había reconocido en el joven al príncipe, sí había deducido que debía ser un joven cultivado–. Tengo ochenta y un años.
El príncipe abrió los ojos sorprendido.
—Y, con vuestra edad –dijo el príncipe–, ¿no os parece que el trabajo que estáis haciendo es vano, por cuanto, muy probablemente, jamás llegaréis a probar las cerezas de esos retoños?
El anciano dejó la azada y se aproximó al murete de piedra para hablar mejor con el joven.
—¿Veis aquellos cerezos que se extienden a la izquierda de la casa? –dijo el hombre señalando más allá de las paredes del caserío–. Aquellos árboles los plantó mi abuelo. ¿Y veis aquellos otros cerezos que hay en la colina? –se volvió hacia el otro lado para señalar también– Ésos los plantó mi padre.
«Yo he estado comiendo deliciosas cerezas de esos árboles durante toda mi vida, y a mi abuelo ni siquiera tuve ocasión de darle las gracias por ello. ¿No os parece justo que yo plante estos cerezos, aún a sabiendas de que jamás probaré sus frutos?»
El príncipe se sintió profundamente impactado por el razonamiento del viejo.
—Las cerezas de estos retoños no son para comerlas yo –continuó el anciano–. Son para que las coman mis hijas, sus maridos y los hijos de mis hijas, mis nietos, mucho después de que yo haya desaparecido de este mundo.
Cuando, muchos años después, el príncipe se convirtió en rey, prestó siempre especial atención al cuidado de las áreas rurales de su reino, pues sabía que eran las que abastecían de alimentos y recursos a las ciudades, las que le daban su riqueza al país. Pero, además, en todas las cuestiones políticas y de estado tuvo siempre presente en sus decisiones no sólo a la población existente entonces en su reino, sino también a las generaciones futuras, aunque llegaran después de su propia muerte. Con estas prioridades, el otrora joven príncipe terminaría pasando a la historia como el mejor rey que hubiera tenido jamás su pueblo.
Explicación:
Espero Ayudarte.:-)