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Respuesta:
La epidemia provocada por el brote de COVID-19 ha alterado la morfología de los múltiples conflictos prexistentes debido a tres puntos generales que ayudan a visualizar la gravedad de contingencia. El primero es el número de contagios, los cuales han llegado a sumar exponencialmente y han aparecido de forma escalonada en diferentes regiones o países; el segundo es la mortalidad del virus, la cual rebasa el 6% de la cuenta total de casos confirmados (la Organización Mundial de la Salud reporta un 6.6% al 16 de abril de 2020), y el tercero es el impacto socioeconómico adverso, el cual no encuentra par con alguna crisis económica en la historia reciente, derivada del efecto devastador en el empleo y por la conjugación de la contingencia con coyunturas preexistentes, como lo son la inestabilidad energética, la denominada “guerra comercial” entre China y Estados Unidos, la suma de los malestares sociales distribuidos en el mundo y la desconcentración del poder geopolítico que comenzó lustros atrás, entre otros.
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Panorama general
La pandemia de COVID-19 presenta, sin duda, un desafío que definirá una nueva era para la salud pública y la economía global. Sus consecuencias políticas, tanto a corto como a largo plazo, han sido menos exploradas.
El brote global tiene el potencial de devastar Estados frágiles, provocar disturbios generalizados y poner a prueba los sistemas internacionales de gestión de crisis de manera severa. Sus implicaciones son especialmente graves para aquellos atrapados en medio del conflicto, ya que es probable que la enfermedad dificulte los flujos de ayuda humanitaria, limite las operaciones de paz y posponga o distraiga a las partes en conflicto sobre la continuidad de esfuerzos diplomáticos actuales o el nacimiento de otros nuevos.