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Por un viaje, por una enfermedad, por una lesión, por un cambio de vida o simplemente por pereza puede llegar un día en que dejas de salir a correr. De acudir a las sesiones de spining en el gimnasio, a las partidas semanales de pádel o de subir montañas durante el fin de semana.
Se acabó el ejercicio físico. Y, aunque el cuerpo proteste, decides dedicar tu tiempo a otras cosas sin tener en cuenta cómo esta falta de movimiento pasará factura a nuestra salud: pérdida de masa muscular y pérdida de fuerza, a la vez que la capacidad para almacenar grasa aumenta. Y todo esto sin tener en cuenta distinciones por edad ni género.
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