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Las razones de la guerra en Mesoamérica
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Las razones de la guerra en Mesoamérica
Alfredo López Austin
p. 23-46
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LOS EXCLUIDOS EN EL GRAN DEBATE
1La revolución intelectual producida en Europa por el descubrimiento y la temprana colonización de América tuvo entre sus más destacadas consecuencias el debate filosófico, jurídico y político sobre las causas justas de la guerra. Chocaron entonces posiciones encontradas en cada uno de los planos del debate, desde la altura teológica que intentaba ubicar en su contexto a un segmento de la humanidad hasta entonces ignorado, hasta el nivel de los intereses económicos y políticos que, aunque nacientes, ya requerían de un firme apuntalamiento teórico y religioso. Paradójicamente, millones de hombres — los ”descubiertos” — que formaban el referente central del debate, no sólo carecieron de voz, sino de rostro. En el mejor de los casos fueron considerados — también— hijos de un dios que les era ajeno. Fueron casi meras abstracciones, entes disueltos en la ambigüedad de una concepción cerrada del ser humano.
2No es de extrañar ni su silencio ni su falta de rostro. Por lo general, el debate sobre las razones profundas de la guerra tiene su verdadera palestra entre quienes pueden desencadenarla con ventaja. Allí subyacen en lucha enconada los motivos de peso escudados por principios nobles. Las razones de las posibles víctimas, de los referentes, quedan en la otredad de lo extraño, de lo ingenuo, de lo primitivo. La polémica no es suya.
3Hoy, cuando se ciernen monstruosas sobre el mundo, nuevas formas de encubrir la brutalidad humana, es tiempo de someter al análisis histórico y filosófico los variados argumentos del debate secular; desde los más elaborados, profundos, finos y artificiosos, hasta los más burdos y pueriles que propugnan para los fuertes la función de brazo armado de una divinidad justiciera y terrible. Para repensar el debate debe ubicárselo; ponerlo bajo el lente de una humanidad que reclama el derecho a la diversidad. Porque ahora se empieza a entender que todos, para conocernos como pueblos y como conjunto de pueblos, debemos enfrentarnos, cada uno como otro, a uno o a otros muchos otros, contrastantes, que corrijan en nuestra percepción y en nuestros juicios las distorsiones de creernos poseedores de la verdad.
4Son criterios que empiezan a cristalizarse, a contracorriente, hoy que llegamos a la cúspide de la larga hegemonía de una concepción del mundo. Para concebir con justicia la universalidad de la historia deberemos someternos de aquí en adelante a los cánones de una universalización formada por lo diverso.