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La ciudad de Tlatelolco, fundada hacia el año 1337, se convirtió en la sede del principal mercado que abastecía a la población mexica de todos los productos que en aquella época podían imaginarse. Su tamaño, orden y diversidad de mercaderías llamaron la atención de conquistadores y cronistas, quienes dejaron constancia en sus obras del complejo entramado de relaciones comerciales que diariamente se llevaban a cabo en el tianguis de Tlatelolco.
Tanto Hernán Cortés como Bernal Díaz del Castillo no ocultaron la admiración que sintieron ante este mercado y gracias a sus relatos podemos conocer algunas de las características físicas de dicho sitio, como por ejemplo, que estaba cercado por portales y que su extensión “era tan grande como dos veces la ciudad de Salamanca”. Ello permitía que una gran cantidad de personas –Cortés menciona sesenta mil-, se reunieran diariamente en él para intercambiar los productos que mercaderes y tamemes hacían llegar a través de recorridos terrestres y de incontables viajes en canoas.
Una de las particularidades que señalaron ambos conquistadores, y que también refiere en su Monarquía indiana fray Juan de Torquemada, fue “el gran concierto” que existía en el mercado de Tlatelolco. Díaz del Castillo incluso compara el orden que observa en este, con las ferias comerciales que se realizaban en su natal Medina del Campo. El tianguis estaba dividido en calles y a cada una le correspondía un género de productos. En ellas, los mercaderes tomaban su asiento “sin que otro se lo ocupara” y colocaban sus artículos en el piso para iniciar la jornada de trueque de unos objetos por otros. Había también transacciones donde se empleaban semillas de cacao, mantas labradas, objetos de cobre y polvo de oro, a manera de moneda.
La lista de artículos que se intercambiaban en el mercado de Tlatelolco es por demás extensa y sólo referiremos algunos de ellos. En cuanto a los comestibles, debemos mencionar que se ofrecía una amplia diversidad de maíz, frijol, calabaza y chile, la base de la alimentación mesoamericana; semillas como la chía y el cacao, así como legumbres y frutas frescas. En otra de las calles se mostraban aves de distintos tipos, como guajolotes, codornices, palomas y patos, por mencionar solo algunos ejemplos. Además, se podían encontrar venados, perros, liebres, conejos, tortugas, iguanas, serpientes, culebras e insectos como hormigas y chapulines. Productos lacustres y marinos también tenían un espacio en el mercado y era posible obtener numerosos pescados y crustáceos. Asimismo había miel de abeja y de maguey, indispensable para endulzar, entre otras preparaciones, las bebidas de cacao consumidas por la nobleza mexica.