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Tiempo atrás, vivía una hechicera que había tres hijos. Todos eran excelentes hermanos y se querían de manera incondicional, pero la mujer, desconfiando de ellos, temió que se unieran para quitarle sus poderes. Fue por eso que convirtió al mayor en águila y esta escapó a la cima de una montaña, donde construyó su nido. De vez en cuando se lo podía observar, volando en círculos sobre el cielo infinito.
Al hermano mediano lo transformó en ballena y este tuvo que vivir en las profundidades del océano. Solo de tanto en tanto se asomaba a la superficie, expulsando un inmenso chorro de agua, a varios metros de altura.
Ambos jóvenes solo eran capaces de recuperar su forma humana un par de horas cada día, tras lo cual, debían volver al mar y a la montaña.
El hermano menor, temiendo terminar convertido en oso o en lobo por su madre, huyó en secreto.
Había escuchado hablar acerca del misterioso castillo del Sol de Oro, y de la princesa que ahí residía. Se rumoraba que la muchacha se encontraba bajo el influjo de un hechizo, esperando a ser liberada por algún valiente. Pero ya iban veintitrés muchachos que lo habían intentado, y todos ellos habían muerto irremediablemente. Únicamente permitirían que otro lo intentara de nuevo, y nadie mejor que él para lograrlo.
Siendo un joven de corazón valiente, el chico decidió ir a buscar el castillo del Sol de Oro.
Llevaba ya un buen tramo del camino recorrido, cuando se perdió en medio del bosque. De repente, vio algo en la lejanía: eran dos gigantes que le hacían señas con las manos para que se acercara.