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Poco se habla de los abortos, una de las experiencias más comunes por la que una mujer embarazada, por decisión propia o no, puede pasar. Mi madre sufrió un aborto en un embarazo bastante avanzado antes de que yo naciera. Así le pasó también a la madre de una de mis mejores amigas: en este caso, parió un feto muerto. Cuando me quedé embarazada por primera vez, dados los antecedentes que me rodeaban, estaba convencida de que cualquier mañana vería sangre correr por mis piernas y que el sueño habría terminado. Me decía a mí misma que cada día que pasaba era un día de vida. Y esa vida, hoy, tiene 9 años. Me pasó esto, pero podría haberme pasado lo contrario, como otras muchas mujeres en mi entorno. Mujeres que no cesaron en su empeño de intentar tener a sus propios hijos, con abortos espontáneos tras abortos espontáneos hasta dar con el tratamiento adecuado y que la magia se produjese.
Es un momento muy duro emocionalmente que suele ir acompañado de sentimientos de pérdida y duelo. Es un tema que con frecuencia se trata como tabú y del que no se suele hablar, lo que puede añadir una sensación de soledad y desamparo e incluso llegar a sentir que se ha hecho algo mal. Sin embargo, sufrir un aborto durante el primer trimestre del embarazo es algo más frecuente de lo que pensamos.
Se estima que entre el 10 y el 25% de los embarazos terminan en aborto espontáneo. Una cifra lo suficientemente abultada como para empezar a hablar de ello, a tratar el duelo y a poner atención a una condición plenamente femenina.
Para algunas mujeres el aborto es una desgracia y para otras mujeres es una oportunidad. Las pocas referencias literarias que encontramos, sobre todo, se remontan a épocas en las que la clandestinidad reinaba. No debemos perder de vista que el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo es un derecho reciente (en algunos países, aún inexistente): en España se puede interrumpir voluntariamente el embarazo sin dar explicaciones desde el año 2010.