caracteristicas de los estilos de arquitectura: franciscano primitivo, plateresco, herreriano , barroco, talabaresco
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La Arquitectura de los conventos franciscanosA pesar de la escasa tradición que los estudios sobre arquitectura franciscana han tenido en la Península Ibérica, sabemos que los templos franciscanos acogieron dos necesidades insoslayables: el ejercicio del sermón y la elevación de hitos de enterramiento, solicitados por nobles, burgueses y cofradías que emergían de la solidaridad urbana o del prurito penitencial. Así pues, cuando las capillas laterales no eran contempladas desde el inicio de las obras, solían añadirse a las pocas décadas. Si los patronos eran de tipo individual se reservaban la capilla mayor, en la línea perceptible durante la época de los Reyes Católicos.
A priori la arquitectura de los templos franciscanos asumió propuestas de notoria sencillez constructiva, haciendo valer mano de obra escasamente especializada. Así, una de sus tipologías templarias de mayor éxito, ya ensayada desde el siglo XIII, recurría a la nave única con simples muros de sillería que soportaban cubiertas con arcos diafragmáticos y cerramientos lígneos de comprobada acústica. En la Península Ibérica fue común en zonas de reciente repoblación (Levante, Extremadura y Andalucía), aplicando además capillas entre los contrafuertes, sencilla portada occidental, rosetones y ventanales rasgados con tracerías conforme a los modelos góticos imperantes.
Tal modelo implicaba a la postre un rechazo hacia las triples naves monásticas que se adoptaron en los templos parroquiales y en las colegiales. Para las cabeceras se recurría al testero plano, aunque con el tiempo fueron adoptándose trazas poligonales, mientras que la incorporación de transeptos pespuntaba plantas de cruz latina. Sobraba toda girola pues quedaba muy lejos de la espiritualidad mendicante, interesada en la no dispersión del rito de la misa.
Claro que tales premisas comúnmente asignadas a los templos franciscanos, no fraguaron en una arquitectura homogénea pues es posible detectar -más allá del meollo litúrgico- grupos regionales en virtud de las tradiciones constructivas locales.
Para Marta Cuadrado, Castilla y León, es una de las comunidades donde la arquitectura franciscana -al menos para los siglos XIII y XIV- se ha conservado en menor grado, la nómina se invierte con respecto a las fábricas de los siglos XV y XVI. Pero particularismos y reduccionismos geográficos aparte, el templo franciscano adquiere carácter de espacio público, abriendo sus puertas a toda suerte de acontecimientos políticos y sociales (cortes generales, concejos o regimientos villanos) y perfilando al tiempo una neta separación entre cabecera y nave. La misma concepción de fachada occidental, generalmente precedida por un atrio, al estilo altomedieval, parece potenciar su papel de neto reclamo hacia la feligresía.
En cuanto a los espacios conventuales, los franciscanos heredan la archipresente distribución benedictina y bernarda. Amén del peremne claustro como eje regulador del resto de estancias, los franciscanos abogaron por la implantación de las celdas individuales. Pero tal revolución de la cotidianidad cenobítica impregnó también al resto de institutos regulares y cabildos catedralicios (cf. bula de Martín V a los benedictinos de 1419). Martínez de Aguirre indicaba cómo esta particularidad motivó el desarrollo de los claustros a dos alturas (p. ejem. en el franciscano de San Juan de los Reyes, donde solía hospedarse Isabel la Católica) o el aumento del número de los mismos (también entre los dominicos como vemos en Santo Tomás de Avila), si bien Marta Cuadrado ya apuntaba cómo la cifra de claustros franciscanos hispanos conservados es muy escasa y casi ridícula la del resto de conventos que aún mantienen dependencias monacales.
Ni los textos de San Francisco y Santo Domingo ni las legislaciones posteriores refieren nada relacionado con la distribución de la topografía conventual, así es que no debe sorprendernos la natural adopción del precedente benedictino de Saint-Gall, con todo y que las exigencias de la vida apostólica -en las antípodas de la stabilitatis loci- diferían de las del retiro contemplativo y claustral.
Refectorio, dormitorio y sala capitular ò de profundis se alzaban en torno al primero de los claustros construidos. Alrededor del resto de los claustros o patios secundarios podían construirse otras oficinas necesarias para el desarrollo de la vida conventual (biblioteca, prisión, cuadras, cocina, lavaderos, despensas, almacenes, etc.), que generalmente datan de época moderna.
A priori la arquitectura de los templos franciscanos asumió propuestas de notoria sencillez constructiva, haciendo valer mano de obra escasamente especializada. Así, una de sus tipologías templarias de mayor éxito, ya ensayada desde el siglo XIII, recurría a la nave única con simples muros de sillería que soportaban cubiertas con arcos diafragmáticos y cerramientos lígneos de comprobada acústica. En la Península Ibérica fue común en zonas de reciente repoblación (Levante, Extremadura y Andalucía), aplicando además capillas entre los contrafuertes, sencilla portada occidental, rosetones y ventanales rasgados con tracerías conforme a los modelos góticos imperantes.
Tal modelo implicaba a la postre un rechazo hacia las triples naves monásticas que se adoptaron en los templos parroquiales y en las colegiales. Para las cabeceras se recurría al testero plano, aunque con el tiempo fueron adoptándose trazas poligonales, mientras que la incorporación de transeptos pespuntaba plantas de cruz latina. Sobraba toda girola pues quedaba muy lejos de la espiritualidad mendicante, interesada en la no dispersión del rito de la misa.
Claro que tales premisas comúnmente asignadas a los templos franciscanos, no fraguaron en una arquitectura homogénea pues es posible detectar -más allá del meollo litúrgico- grupos regionales en virtud de las tradiciones constructivas locales.
Para Marta Cuadrado, Castilla y León, es una de las comunidades donde la arquitectura franciscana -al menos para los siglos XIII y XIV- se ha conservado en menor grado, la nómina se invierte con respecto a las fábricas de los siglos XV y XVI. Pero particularismos y reduccionismos geográficos aparte, el templo franciscano adquiere carácter de espacio público, abriendo sus puertas a toda suerte de acontecimientos políticos y sociales (cortes generales, concejos o regimientos villanos) y perfilando al tiempo una neta separación entre cabecera y nave. La misma concepción de fachada occidental, generalmente precedida por un atrio, al estilo altomedieval, parece potenciar su papel de neto reclamo hacia la feligresía.
En cuanto a los espacios conventuales, los franciscanos heredan la archipresente distribución benedictina y bernarda. Amén del peremne claustro como eje regulador del resto de estancias, los franciscanos abogaron por la implantación de las celdas individuales. Pero tal revolución de la cotidianidad cenobítica impregnó también al resto de institutos regulares y cabildos catedralicios (cf. bula de Martín V a los benedictinos de 1419). Martínez de Aguirre indicaba cómo esta particularidad motivó el desarrollo de los claustros a dos alturas (p. ejem. en el franciscano de San Juan de los Reyes, donde solía hospedarse Isabel la Católica) o el aumento del número de los mismos (también entre los dominicos como vemos en Santo Tomás de Avila), si bien Marta Cuadrado ya apuntaba cómo la cifra de claustros franciscanos hispanos conservados es muy escasa y casi ridícula la del resto de conventos que aún mantienen dependencias monacales.
Ni los textos de San Francisco y Santo Domingo ni las legislaciones posteriores refieren nada relacionado con la distribución de la topografía conventual, así es que no debe sorprendernos la natural adopción del precedente benedictino de Saint-Gall, con todo y que las exigencias de la vida apostólica -en las antípodas de la stabilitatis loci- diferían de las del retiro contemplativo y claustral.
Refectorio, dormitorio y sala capitular ò de profundis se alzaban en torno al primero de los claustros construidos. Alrededor del resto de los claustros o patios secundarios podían construirse otras oficinas necesarias para el desarrollo de la vida conventual (biblioteca, prisión, cuadras, cocina, lavaderos, despensas, almacenes, etc.), que generalmente datan de época moderna.
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