Respuestas
Respuesta:
No era la primera vez que viajaba solo en un tren,
ni la segunda: era la tercera. Las dos anteriores las
había hecho a casa de mi tía Helena. Pero este tercer
viaje acababa unas cuantas paradas antes. Además,
mi tía había cambiado de ciudad de residencia. Una
«irrechazable» oferta de trabajo la había obligado
a emigrar a Bélgica, más concretamente a Lovaina,
una ciudad flamenca.
Cuando mi padre me lo dijo, no entendí muy bien
eso de «flamenca». Enseguida me vino a la cabeza un
tablao, un cantaor con patillas tipo hacha y una bailaora con un traje de faralaes. Pero no. Papá me aclaró
que Bélgica es un país de flamencos y valones.
«Dos regiones cada una con su propio idioma que
bla, bla, bla... Apenas doce millones de habitantes»,
añadió.
«¡Doce millones! Si aquí en España somos cuarenta y ocho millones y no ha encontrado novio,
pues con solo doce tú me dirás», dije. Y papá se echó
a reír.
5
El tren iba medio vacío, o medio lleno. Papá hubiese dicho medio vacío, y mamá, medio lleno. A mi
lado se había sentado una señora mayor, de pelo gris
recogido en un moño. Llevaba un libro en la mano
y a sus pies una bolsa negra, de piel. La señora se llamaba Anna. Con dos enes. Se llamaba así por Anna
Karenina.
–¿Una actriz? –le pregunté.
–En cierta medida sí –me contestó. Y me quedé
como estaba: sentado, con los pies colgando.
Giré la cabeza y por la ventanilla vi extenderse
una masa verde de olmos, chopos y sauces, que pasó
ante mi vista como una escena de película francesa,
de las que tanto le gustan a mamá. Mi padre prefiere
el cine español, aunque siempre termina dormido
en el sofá.Papá y mamá celebraban sus quince años de matrimonio, y qué mejor manera que irse a la Riviera
Maya. Pero ellos solos, como dos tortolitos. Yo no tenía sitio en aquel viaje de placer.
Así que solo tenía dos opciones: o me quedaba
en casa sin nadie que me cuidase, o me iba al pueblo
con mis abuelos.
Había una tercera opción, pero se esfumó. Papá
le echó la culpa a mamá; mamá a papá... Al final, los
papeles de mi matrícula para el campamento escolar
llegaron fuera de plazo. Y como mi tía Helena estaba
tan lejos, entre flamencos y valones, pues para el pueblo. Con los abuelos.
Papá se mostró algo reacio, no se terminaba de fiar.
Casi prefería que me quedase en casa bajo la supervisión de mis amables vecinos. Mamá lo terminó de convencer. Y eso que los abuelos eran los padres de
mi padre. Pero papá no se llevaba muy bien con el
suyo. Aseguraba que era algo huraño, de carácter
terco. Y aunque casi todas las semanas hablaba con
mi abuela por teléfono, hacía cosa de mil o dos mil
años que no íbamos de visita al pueblo. Casi el mismo
tiempo que llevaba sin verlos.
Explicación: