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Pobreza
La pandemia ha hecho retroceder los esfuerzos para crear sociedades más equitativas. La desigualdad entre ricos y pobres empeoró durante la crisis del COVID-19 y aumentó la pobreza, por primera vez en décadas.
El mundo de 2020 se caracteriza por una enorme desigualdad, con la mitad de la riqueza mundial “concentrada en un grupo de personas que podría caber alrededor de una mesa de conferencias”, según palabras del líder de la ONU, António Guterres, quien prevé que para 2030 habrá todavía unos 500 millones de personas en la pobreza extrema.
En los últimos doce meses, el COVID-19 ha profundizado esas desigualdades, una realidad que destaca la agencia de la ONU encargada de los asuntos laborales, la Organización Internacional del Trabajo, que afirma que 2000 millones de trabajadores del sector informal son especialmente vulnerables.
A lo largo del año, la Organización Internacional del Trabajo publicó una serie de proyecciones que alertaban de que millones de personas perderían su trabajo o quedarían subempleadas.
“Esto ya no es sólo una crisis de salud mundial, también es una crisis mayúscula económica y del mercado laboral que tiene un gran impacto en las personas”, dijo el director general de la OIT, Guy Ryder. El organismo entonces emitió recomendaciones para mitigar el daño a los medios de vida, como la protección de los empleados en el lugar de trabajo, programas de estímulo económico y laboral y apoyo a los ingresos y al empleo.
En abril, la magnitud del sufrimiento mundial quedó patente en un informe de la ONU que mostró que la pobreza y el hambre estaban empeorando y que los países ya afectados por crisis alimentarias eran muy vulnerables a la pandemia. “Debemos mantener en funcionamiento las cadenas de suministro de alimentos para que las personas tengan acceso a la comida que les permita vivir”, señaló el estudio, que también enfatizó la urgencia de continuar la entrega de asistencia humanitaria “para que las personas en crisis estén alimentadas y vivas”.
Para hacer frente a las restricciones de circulación impuestas por el COVID-19, las sociedades encontraron formas innovadoras de alimentar a los más pobres y vulnerables, valiéndose lo mismo de transporte público, que de formas tradicionales de entrega a domicilio y de mercados móviles.
Esto habla de cómo las ciudades de América Latina se han unido para apoyar a sus poblaciones y, además, refleja las advertencias de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) del alto riesgo para la salud de muchos habitantes de los centros urbanos durante la pandemia, especialmente de los 1200 millones que viven en favelas y otros asentamientos informales.
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