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En el barrio, todo el mundo se acuerda de aquella intensa historia de amor adolescente que casi termina en tragedia. Bueno, mejor dicho, todos tienen su propia versión de lo sucedido. Nadie menciona la identidad de los chicos (prefieren mantener el anonimato, «para que puedan vivir sus vidas en paz»), pero sí relatan con gran minuciosidad aquel amor imposible a causa de la oposición de sus padres, de clases sociales diferentes, y cuyas familias están enfrentadas. La trama resulta conocida. Tanto, que los niños reciben el sobrenombre de «Romeo y Julieta» por parte de la prensa. Julieta, desesperada, decide terminar con su vida saltando desde la cornisa de un edificio. Romeo se entera de su dramática decisión, y ambos se encuentran en lo alto, mientras los vecinos, las televisiones, la prensa, la policía, los bomberos y sus padres, los observan con el corazón en un puño.
Ninguno de los vecinos puede precisar, sin embargo, el papel que una pareja de gatos jugó en los acontecimientos. Y es que a veces las cosas no son lo que parecen.
La bonaerense Andrea Ferrari nos ofrece, tras la premiada El complot de las flores (premio Barco de Vapor 2003), una interesante novela en la que las invenciones y los chismorreos llegan a deformar la verdad casi por completo.
A la búsqueda de esa verdad se lanza la narradora (dueña del quiosco del barrio, una romántica empedernida), y de su mano vamos conociendo las diferentes variantes que aporta la personal narración de cada vecino. Siguiendo, por tanto, una estructura de rompecabezas, nos presenta, poco a poco, a través de diferentes testimonios, los pequeños detalles de esta shakesperiana historia de amor. Algunas piezas encajan, otras no. Hay pistas falsas, fruto de la imaginación de la gente. Pero son precisamente los datos que nadie tiene en cuenta, los que conducen al parcial esclarecimiento del misterio de una leyenda urbana que sin embargo nunca llega a resolverse por completo.
En el fondo de la obra se encuentra una lúcida reflexión acerca de la inclinación natural del ser humano a fabular. La atracción por un suceso cuyas verdaderas circunstancias se desconocen despierta la fantasía de los habitantes del barrio. Algunos cuentan la historia por afán de protagonismo (Clori, el periodista «narigón»), y otros simplemente tratan de dotar a la vida de un carácter poético, que la salve de la monotonía cotidiana (el caso de la propia narradora). De este modo, la historia deja de pertenecer a sus protagonistas para convertirse en un relato popular, que es parte de la vida del barrio. Nadie (ni siquiera el periodista, que busca lo que quiere encontrar, y encuentra su propia historia, pero no la verdadera), se interesa por lo que sucedió realmente. Porque, al final, ¿a quién le interesa la verdad? Lo que realmente importa es la historia.
En la otra cara de este gusto por la invención se encuentra la falta de entendimiento de los niños con los adultos, que siempre se afanan en complicarlo todo, cuando la realidad es mucho más sencilla. No es de extrañar que, por tanto, no comprendan a los chicos (como evidencia la reconstrucción del cómico diálogo entre el bombero Piedrabuena y los supuestos suicidas) y vean siempre cosas donde no las hay, café con leche donde sólo hay café solo.
A pesar de todos los esfuerzos de la narradora, al final queda la sensación de que quizás los jóvenes oculten algo, que a lo mejor ellos tampoco han contado la verdadera historia. Es el propio lector quien debe decidir si la cree o no, o construirse la suya propia.
Mención aparte merece el delicado diseño de portada a cargo de Javier Aramburu. Delicioso como… ¿por qué no? un café solo