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En principio podría decirse que el análisis comparativo es un ejercicio básico de toda actividad cognoscitiva. En sus versiones extremas se presenta como un mecanismo orientado a establecer conexiones causales entre diferentes fenómenos (procedimiento nomotético) o la identificación de elementos únicos que permitirían explicar la existencia de un fenómeno considerado único e irrepetible (procedimiento ideográfico). En el primer caso, la investigación comparativa estaría justificada por la búsqueda de generalizaciones empíricas y la comprobación de hipótesis; mientras que en el segundo se justificaría a partir de la determinación de las especificidades de un fenómeno (Marradi, 1991).
No obstante, la reducción del problema a estos simples términos oculta la complejidad inherente al procedimiento mismo de comparar: ¿Por qué comparar? ¿Para qué comparar? ¿Cómo comparar? ¿Cuáles son los tipos de comparación más adecuados? ¿Qué tipos de unidades de comparación se pueden utilizar? ¿Qué es comparable y qué no? Estos son algunos de los interrogantes que surgen cuando tratamos de formular un ejercicio comparativo en las Ciencias Sociales (Sartori y Morlino, 1994). Numerosos investigadores han tratado de responder a estas preguntas no sólo desde el desarrollo de reflexiones teóricas, sino también desde investigaciones empíricas, al punto que puede hablarse hoy de algunos subcampos especializados del conocimiento que suelen acompañarse del adjetivo “comparado”. En este sentido, se habla de la política comparada, la historia comparada y la sociología comparada, entre muchas otras áreas que pugnan por erigirse como un campo propio del conocimiento a partir de una supuesta unidad temática, teórica y metodológica.
Más allá de las discusiones sobre la pertinencia de atribuir a estos campos el estatus de una subdisciplina en sí misma, las Ciencias Sociales –específicamente la historia y la sociología– cuentan hoy con un conjunto de trabajos investigativos que permiten establecer una estrecha relación entre los métodos de una y otra disciplina, configurando lo que algunos autores han denominado una sociología histórica, donde “mediante formas de análisis cuantitativos y cualitativos, la teorización sociológica puede hacerse más sensible a secuencias que transcurren en el tiempo y a desarrollos históricos alternativos, sin abandonar problemas de larga data para explicar patrones y efectos de las estructuras sociales y acciones de grupo en términos potencialmente generalizables” (Skocpol, 1984; Ansaldi, 1994: 152).
Los diferentes analistas coinciden en identificar por lo menos cuatro estrategias de investigación en este campo:
a) El empleo de un modelo teórico para explicar uno o más casos históricos; b) la utilización de conceptos para generar interpretaciones significativas de grandes procesos históricos; c) recurrencia al análisis de regularidades causales aunque sea de alcances limitados; d) combinación de dos de las tres anteriores” (Ansaldi, 2002: 23).
Por cierto, cada una de estas estrategias cuenta con investigaciones paradigmáticas.2
Cuando se estudian las contribuciones de la sociología histórica al análisis comparado, suelen referenciarse autores y temáticas desarrolladas en las Ciencias Sociales europeas y norteamericanas. Pareciera que las tradiciones del pensamiento latinoamericano poco o nada hubieran contribuido al desarrollo de este campo de conocimiento (Skocpol, 1984). No obstante, a partir de una mirada crítica a estos análisis eurocéntricos, emerge un conjunto de trabajos históricos y sociológicos que, desde los albores mismos de la construcción de un pensamiento latinoamericano, han recurrido a la perspectiva comparativa como una valiosa herramienta para reflexionar sobre las realidades de “Nuestra América”; al principio, de manera muy difusa y perdida entre la ensayística que caracterizó a las reflexiones iniciales y, posteriormente, –sobre todo a partir de la segunda mitad de la centuria pasada– a través de investigaciones originales que aportaron nuevos caminos para la comprensión de las sociedades latinoamericanas.
Partiendo de esta preocupación, el objetivo de este artículo es señalar algunos ejes temáticos que durante el siglo XIX y hasta las primeras décadas del siglo XX indujeron la reflexión intelectual latinoamericana por los caminos de la comparación, tarea que abordaré en la primera parte de este escrito, para luego –en un segundo momento– detenerme en el análisis de tres obras que bien podrían ser consideradas “clásicos” del pensamiento latinoamericano (Economía de la Sociedad Colonial de Sergio Bagú; Dependencia y Desarrollo en América Latina escrita por Fernando H. Cardoso y Enzo Faletto; y Sociología de la Reforma Agraria de Antonio García).