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Las relaciones entre las mujeres y los hombres desempeñan un papel importante tanto en la plasmación como en la
evolución y transformación de los valores, las normas y las prácticas culturales de una sociedad, los cuales, a su vez,
determinan dichas relaciones. De hecho, son relaciones que evolucionan con el tiempo y en las que influye una matriz
de factores socioeconómicos, políticos y culturales. Los cambios en la combinación de esos factores pueden afectarlas
de manera positiva o negativa. Por ejemplo, durante el siglo pasado cambios importantes, como la incorporación de
un gran número de mujeres a la fuerza de trabajo y a la política, o su mayor disponibilidad de medios de control de la
reproducción, alteraron considerablemente las relaciones entre las mujeres y los hombres. Un aspecto básico de esta
dimensión se refiere a la manera en que esos factores socioeconómicos y políticos evolucionan y se combinan para
incidir en las relaciones entre mujeres y hombres y, a su vez, contribuir a la configuración de los valores, las normas y
las prácticas culturales.1
Por “género” se entienden las construcciones socioculturales que diferencian y configuran los roles, las percepciones
y los estatus de las mujeres y de los hombres en una sociedad. Por “igualdad de género” se entiende la existencia de
una igualdad de oportunidades y de derechos entre las mujeres y los hombres en las esferas privada y pública que les
brinde y garantice la posibilidad de realizar la vida que deseen. Actualmente, se reconoce a nivel internacional que la
igualdad de género es una pieza clave del desarrollo sostenible.2
Durante los últimos cincuenta años los gobiernos y las organizaciones de la sociedad civil han desplegado esfuerzos
concertados a fin de formular y aplicar políticas capaces de crear un “terreno de juego” más justo y equilibrado para
las mujeres y los hombres teniendo en cuenta los aspectos específicos de cada sexo (por ejemplo, la reproducción) y
abordando los principales obstáculos para la consecución de la igualdad de género. Gracias a la Convención sobre la
eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (CEDAW), la Plataforma de Acción de Beijing y otros
acuerdos e iniciativas internacionales se ha creado un consenso y marco de acción internacional que ha permitido lograr
avances notables para subsanar las disparidades de género en ámbitos como los resultados educativos y los salarios,
entre otros aspectos.
Sin embargo, en ningún país la igualdad de género se ha convertido en la norma y aún quedan importantes disparidades
por subsanar. Por lo general los progresos en materia de igualdad de género se evalúan analizando medidas de
resultados clave, como el porcentaje de acceso en pie de igualdad a los recursos y las oportunidades y a su distribución.
Gracias a estos indicadores objetivos es posible saber en qué medida las mujeres y los hombres pueden gozar de los
mismos derechos fundamentales y posibilidades de progreso personal y profesional y contribuir al desarrollo de su
país. Esa imagen empírica de la situación en materia de igualdad de género es importante para entender su relación con
el desarrollo, puesto que la capacidad de las mujeres y los hombres de participar en pie de igualdad en la vida social,
cultural, política y económica garantiza que tanto las políticas públicas como los valores, las normas y las prácticas
culturales reflejen los intereses y experiencias de ambos sexos y los tengan en cuenta. Las políticas, medidas y prácticas
que solo tienen en cuenta los intereses de la mitad de la población generan desequilibrios que socavan el desarrollo
sostenible de un país.
Explicación: espero te sirva ok :)