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La biodiversidad y funcionamiento de los ecosistemas no solo dependen del número de especies que habitan en ellos, sino que están determinados en gran medida por las relaciones o interacciones que se dan entre los organismos de distintas especies, y pueden aportar distintos beneficios a las poblaciones humanas, a través de los llamados servicios ambientales (regulación del clima, suministro de agua y alimentos, culturales y estéticos).
Para facilitar la comprensión de las interacciones entre las especies, éstas se han clasificado en positivas (mutualistas), es decir, que pueden beneficiar a las especies interactuantes, o negativas (antagonistas), que pueden ser dañinas para los participantes, tales como como el parasitismo, la herbivoría y la depredación de semillas, entre otras. También existen relaciones en las que existe un efecto neutro para uno de los participantes (comensalismo/amensalismo), por ejemplo, la relación entre las orquídeas o bromelias que viven sobre los troncos de los árboles, y que obtienen nutrientes sin dañar al árbol que las hospeda.