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El año 2018 acaba con sentimientos encontrados en el campo de la edición genética. Por un lado, seguimos siendo conscientes del gran potencial que nos ofrecen las herramientas CRISPR. Por otro, hemos sido testigos del probable primer mal uso de las mismas. Tras un experimento absolutamente irresponsable realizado sin control ni permiso alguno, fuera de la ley, en China habrían nacido los primeros bebés editados.
Esta noticia, seguramente, propiciará en 2019 muchos debates e iniciativas para adoptar normas internacionales que puedan impedir que barbaridades semejantes se repitan. Al menos, antes de que los procedimientos de edición sean lo suficientemente seguros, y tras intentar el acuerdo de todos los sectores implicados de la sociedad, no solo los científicos.
La evolución de las técnicas de edición genética CRISPR es tan trepidante que puede parecer una temeridad predecir cuál será el próximo avance. Gracias a los resultados recientes podemos imaginar que el año próximo será el de la consolidación y explosión de las primeras estrategias terapéuticas basadas en CRISPR.
Hablamos de las terapias génicas ex vivo, con células obtenidas de los pacientes, editadas en el laboratorio y retornadas a la misma persona, dirigidas al tratamiento de enfermedades de la sangre. Para las terapias in vivo, directamente sobre pacientes, todavía deberemos esperar algo más de tiempo. Aún así, es posible que veamos los primeros ensayos clínicos realizados sobre el ojo para el tratamiento de, por ejemplo, enfermedades degenerativas de la retina.
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