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El comunismo, como proyecto de socialización de los medios de producción, surgió en el siglo XVI, bajo la forma de diversas teorías económicas basadas en el colectivismo agrario. Las más conocidas fueron la obra Utopía, de Tomás Moro, y la ideología revolucionaria babuvina, que derivó del movimiento jacobino de la Revolución francesa.[4] El ideario comunista se convirtió, a comienzos del siglo XIX, en un complejo proyecto económico industrial, gracias a las diferentes corrientes del llamado socialismo utópico, del anarcocomunismo y de las ramas obreras del comunismo cristiano. Actualmente, el más conocido de estos movimientos fue el que adoptó la escuela del denominado socialismo científico, de los pensadores alemanes Karl Marx y Friedrich Engels, bajo la cual sería rebautizado como Liga de los comunistas. Ambos autores escribieron en 1848 el Manifiesto del Partido Comunista. Por la influencia de su obra, el movimiento comunista adoptó una interpretación revolucionaria de la historia y la forma de partido político, convirtiéndose luego en una organización internacional unificada bajo la doctrina marxista.
Según el marxismo, la historia es entendida como un permanente conflicto por el excedente material, cuyo inicio se debe a la aparición de la propiedad. Las diferentes formas de propiedad ponen fin al comunismo primitivo y estratifican a la sociedad en clases de acuerdo a sus relaciones de producción. Las diferentes relaciones de producción que vinculan a los hombres y a las mujeres, requieren de la explotación. Estas relaciones generan, con el tiempo, las condiciones para ser reemplazadas por otras formas de explotación superiores, en una secuencia revolucionaria de modos de producción. En cada uno de los modos señalados, se desarrolla una lucha de clases interna entre los diferentes tipos de trabajadores y explotadores que los integran, la cual se resuelve con el surgimiento de nuevas clases dominantes. Sin embargo, la sociedad capitalista genera una serie creciente de crisis internas y cíclicas que solo pueden ser resueltas por sus trabajadores asalariados en una revolución proletaria, la que requiere, a su vez, de la construcción del comunismo.[5] Para llegar a este fin, debe organizarse un partido comunista que conquiste el poder político liderando una fase de transición en la que el Estado funcione como una dictadura del proletariado.[6] Según este análisis, la revolución pondría a la clase trabajadora en el poder y, a su vez, establecería la propiedad social de los medios de producción, que es el elemento principal en la transformación de la sociedad hacia el comunismo.
A lo largo del siglo XIX, los términos "comunismo" y "socialismo" se usaron como sinónimos.[7] No fue sino hasta la Revolución Bolchevique que el término socialismo llegó a referirse a una etapa de transición.[8] A esta transición se siguen inmediatamente dos períodos para el desarrollo del comunismo: una primera fase, conocida como dictadura del proletariado, en donde el individuo compraría bienes con vales de trabajo en un modo de producción "socialista"; y una fase superior, en la que se contribuirá según sus capacidades y recibirá acorde a sus necesidades. Este período termina cuando desaparecen las clases sociales, lo cual lleva al Estado, entendido como una herramienta de dominación de la clase dirigente sobre la otra, a extinguirse.[7][9][10] Existen discrepancias cruciales entre las diferentes corrientes del marxismo sobre cuál debería ser la naturaleza de cada una de estas fases.
Junto con la socialdemocracia, el comunismo se convirtió en la tendencia política dominante dentro del movimiento socialista internacional en la década de 1920.[11] Si bien el surgimiento de la Unión Soviética como el primer "Estado socialista" del mundo llevó a la asociación generalizada del comunismo con el modelo económico soviético y el marxismo-leninismo,[12][13] algunos economistas e intelectuales argumentaron que en la práctica el modelo funcionó como una forma de capitalismo de estado[14][15][16], o una economía administrativa o dirigida no planificada