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Los hechos se sucedieron vertiginosamente: el 8 de noviembre de 1519 ocurrió el encuentro con Cortés y, menos de medio año después, Moctezuma apresado por él y con grilletes en los pies, se vio humillado y aun despreciado por su pueblo. En los meses intermedios, entre la fecha del encuentro y los últimos días de junio de 1520, había recibido él y alojado amistosamente a los caxtiltecas, los hombres de Castilla. Sumido ya en la desgracia, pudo tomar conciencia entonces de que tenía razón el príncipe Cuitláhuac que se oponía a recibir a esos forasteros. Prisionero en el antiguo palacio de Axáyacatl donde estaban aposentados los españoles, el poder y la grandeza del señor de México eran ya cosa del pasado. Los españoles se apoderaron de sus riquezas y daban órdenes por todas partes. Por ese tiempo cosa no prevista fue que Hernán Cortés tuviera que salir con presteza de Tenochtitlan para hacer frente a Pánfilo de Narváez que, enviado por Diego Velázquez, el gobernador de Cuba, había llegado a quitarle el poder y apresarlo. Esa ausencia fue en realidad trágica porque durante ella Pedro de Alvarado, el “Tonatiuh”, quiso brillar refulgente y para ello planeó y perpetró una gran matanza de mexicas en el Templo Mayor durante la fiesta de tóxcatl en honor de Huitzilopochtli.
Cuando Cortés regresó victorioso a la metrópoli con mayor número de soldados, ya que muchos de los venidos con Narváez se pasaron a sus filas, todo el pueblo y en particular los guerreros mexicas se pusieron en acecho. Había llegado ya el momento de rechazar a esos caxtiltecas. La huida de éstos se tornó entonces forzosa y se efectuó por la noche. Antes, sin embargo, el dramático destino de Moctezuma iba a cumplirse. El rico universo de su cultura, sus templos y palacios, sus dioses, todos sus libros de pinturas, sus sacerdotes y sabios, la Toltecáyotl, herencia de Quetzalcóatl, en poco tiempo iban a desaparecer. Para Moctezuma y su pueblo entero, esos forasteros, tenidos al principio por dioses, estaban causando la ruina de cuanto por siglos había florecido. Como se lee en otro texto, “los dioses de antiguo adorados parecían haber muerto”. Había llegado el ocaso de los dioses.
El destino de Moctezuma II
Fernando de Alva Ixtlixóchitl discurre sobre lo que pudo ocurrir cuando Cortés y sus hombres estaban a punto de partir. Estas son las palabras del cronista tezcocano: “Dicen que uno de los indios tiró una pedrada [a Moctezuma que había salido a una terraza para tratar de calmar al pueblo], de la cual murió, aunque dicen los vasallos que los mismos españoles lo mataron y por las partes bajas le metieron la espada”. Lo cierto parece ser que los españoles arrojaron a la orilla del agua los cadáveres de Moctezuma y del noble Itzcuauhtzin, señor de Tlatelolco. Tristes y desoladas fueron sus exequias con la sola presencia de algunos de sus más allegados. El señor que cerca de 18 años había estado gobernando con mano firme, imponiéndose en muchos lugares de Mesoamérica, se había marchado a la Región de los Muertos. Tenía entonces 53 años. Con su partida se anticipó lo que iba a ser el destino de Tenochtitlan. Es verdad que Cuitláhuac y después Cuauhtémoc habrían de defenderla.
Tomado de Miguel León-Portilla, “El ocaso de los dioses. Moctezuma II”, Arqueología Mexicana, núm. 98, pp. 61-66.
Miguel León-Portilla. Doctor en filosofía por la UNAM. Miembro de las academias mexicanas de la Historia y de la Lengua, del Colegio Nacional y de la National Academy of Sciences, E.U.A. Autor de numerosas publicaciones y profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.