Texto reflexivo sobre la guerra de trincheras que se desarrollo durante la primera guerra mundial
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cien años después del final de la Primera Guerra Mundial, algunos errores y actitudes que nos llevaron a o salieron de ella siguen repitiéndose en distintas situaciones y conflictos del mundo. Otros, en cambio, se han corregido para evitar una nueva tragedia de semejante magnitud.
Hay un momento de la Primera Guerra Mundial (IGM) que supone un reflejo bastante nítido del nivel de estupidez y miopía que reinó en Europa antes, durante y después del conflicto. La Gran Guerra terminó a las once de la mañana del día once del undécimo mes —noviembre— de 1918, aunque el armisticio había sido firmado oficialmente unos minutos después de las cinco de aquella misma mañana. En esas seis horas de diferencia desde que se firma el alto el fuego hasta que se hace efectivo, se calcula que llegó a haber 10.000 bajas, las últimas de la guerra. Muchas de ellas se produjeron por acciones irresponsables, cuando no directamente suicidas, ordenadas por mandos ansiosos de lograr sus últimos objetivos militares en vez de esperar en las trincheras y devolver a miles de personas sanas y salvas a casa.
Aquella Gran Guerra —“la guerra que pondría fin a todas las guerras”, según los idealistas de la época— apenas fue el aperitivo de otra todavía más destructiva y atroz, originada, en buena medida, en los errores políticos que se cometieron en las negociaciones de paz de ese primer conflicto. Por suerte o por desgracia, aquella apuesta con cerca de 15 millones de muertos sobre la mesa nos dejó algunas lecciones. Algunas hicieron aprender y recapacitar; otras simplemente fueron obviadas y confirmaron la tendencia humana a tropezar con la misma piedra. Un siglo después de aquello, podemos ver la estela que dejaron ambos caminos.
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