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La Revolución francesa asume poco a poco las ideas ilustradas con el fin de obtener un nuevo orden político que se base en el principio fundamental de la razón.
En Francia, como en toda Europa, se había mantenido durante muchos siglos el feudalismo, lo que producía una profunda desigualdad económica, social y cultural. La monarquía francesa, (en la imagen Luis XVI) como antes la española, se había convertido en una fuerza extraordinariamente poderosa que había arruinado al país en continuas guerras por dominar Europa. París era una ciudad inmensa en la que la corte reunía todo el lujo imaginable, en perfecto contraste con la miseria de las capas más humildes de la población. Las desigualdades sociales impedían que germinase el espíritu de fraternidad que toda religión pretende y que segùn la fe católica, debía alcanzar a todos, y no a una pequeña secta, como había sucedido con las comunidades americanas.
Francia sufría una vida social caótica. Mientras que las élites americanas querían, ante todo. mantener una ciudadanía homogénea, las élites francesas exigían una política racional que eliminara el caos social y organizara la vida de la sociedad entera. Mientras que en América el Estado se limitaba a poner de acuerdo a los diferentes parlamentos, en Francia el Estado, las manos del rey, era muy poderoso y ahogaba a la sociedad con impuestos, intervenía un territorio muy unificado, y se esperaba de él que regulara la vida de todos los hombres.
La previsión sensata había sido la de una Ilustración paulatina, progresiva; pero el presente puso ante los espíritus ilustrados una situación revolucionaria, para la que no estaban preparados
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