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Respuesta:
Los movimientos migratorios constituyen una corriente más en el
mundo moderno, sumada a las de tipo económico, cultural, tecnológico e
ideológico (Appadurai, 1996). La globalización se refiere a una dinámica
de movimiento y tránsito permanente de recursos materiales y simbólicos
en que la relación espacio-tiempo tiende a desaparecer (Giddens, 1991).
Desde esta perspectiva, el flujo constante de recursos humanos,
ideológicos, de capital y tecnológicos constituye una de las principales
amenazas contra la figura moderna del Estado-nación, ya que erosiona
sus fronteras y límites. La migración es más frecuente y visible en
dirección sur-norte, y si bien responde a las asimetrías en el grado de
desarrollo, la reacción de los Estados receptores se orienta a evitar o
restringir este desplazamiento para defender su soberanía (Appadurai, 1996). Así, podría concluirse que la globalización contribuye a la exclusión
formal de la migración internacional (CEPAL, 2002a y 2002b).
La relación entre migración y globalización no se restringe al
acontecer de las últimas décadas del siglo XX y la primera del siglo XXI,
sino que ha formado parte del proceso de modernización y ha
desempeñado un papel central en la expansión y el desarrollo del
capitalismo moderno, siendo más notoria en la movilización y provisión
constante de mano de obra barata y especializada. Esta fuerza de trabajo
se fue absorbiendo en las distintas instancias de poder económico y
político: desde el sistema esclavista del nuevo mundo hasta la migración
indocumentada, pasando por los programas de trabajadores invitados
que se aplicaron en casi todos los países industrializados —Alemania,
Bélgica, Inglaterra, Suiza y Francia, entre otros—, el programa Bracero
para los mexicanos en Estados Unidos y los actuales programas de
selectividad migratoria en que se recluta a los mejores estudiantes y
recursos humanos calificados.
El movimiento de personas se ha vinculado estrechamente al
desarrollo y la consolidación de las principales economías modernas,
asegurando la competitividad de los sectores productivos. La migración
al interior de las regiones en desarrollo ha tenido características distintas,
enraizadas en las afinidades culturales, los vínculos comerciales y la
permeabilidad de las zonas fronterizas, que la han tornado casi invisible
en los Estados emergentes.
Entre los siglos XVII a XIX, se comercializaron más de 15 millones
de esclavos para que trabajaran en las plantaciones y minas del nuevo
mundo, en torno a las cuales se cimentó una parte fundamental del motor
económico de los principales imperios coloniales. En 1770 había cerca de
2,5 millones de esclavos que producían un tercio del valor total del
comercio europeo (Castles y Miller, 2004). En los siglos XVIII y XIX, el alto
precio de los productos provenientes del Caribe, como café, cacao,
algodón y azúcar, generó una gran demanda de mano de obra en
plantaciones y minas de oro y plata a fin de satisfacer los requerimientos
externos, principalmente de Europa. La disminución y extinción de la
población indígena determinó la formación de un sistema de
reclutamiento forzado de personas provenientes de la costa oeste de
África y de Madagascar, que transformó la composición demográfica del
Caribe y Centroamérica. Gracias a la acumulación de capital que permitió
este sistema, se sentaron las bases para el desarrollo de la primera fase de la globalización