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Las sociedades humanas (actuales y pasadas) pueden ser clasificadas siguiendo diferentes criterios y obteniendo, por consiguiente, diferentes resultados. Para Fried, en The Evolution of Political Society (1967) el criterio esencial es la estructura política en torno la categoría de prestigio. Distingue, entre sociedades igualitarias, estratificadas y estatales, atendiendo a la cantidad de posiciones de prestigio existentes en cada una de ellas y el número de individuos capacitados para acceder a éstas. Lewellen (1983) agrupa las sociedades en sistemas centralizados y no centralizados (en los que no puede hablarse de una elite política permanente), siendo éstos esencialmente compuestos por bandas y tribus, y aquéllos por jefaturas y estados.
Las bandas, según las entiende Lewellen (1983: 38), se definen por tres características básicas: movilidad según las estaciones, falta de estructuras centralizadas de autoridad y economía cazadora-recolectora.
Puede decirse que los cazadores y recolectores, una de las formas de subsistencia más persistentes en la historia -Lee y De Vore (citados en Cashdan 1991: 43) estimaron en 1968 que más del 90% de las personas que habían habitado la Tierra hicieron uso de la caza y la recolección-, viven agrupados en bandas, que pertenecen a lo que Lewellen llamó sistemas no centralizados y se definen por una supuesta igualdad -política, económica y social- interna (sociedad igualitaria).
Esta afirmación, sin duda, se debe a que la mayoría de grupos de cazadores y recolectores que se han estudiado desde la antropología, se encuentran (o se encontraban) forzados a ocupar zonas marginales sobre todo en cuanto a la cantidad de recursos, empujados tanto por la irrupción de la colonización europea como por el avance de las técnicas agrícolas. En cualquier caso, sería un error el tomar como sinónimos los conceptos de banda y sociedad de cazadores recolectores. Hay noticias de la existencia de gran número de sociedades nómadas no organizadas en bandas a lo largo de la historia, que se asentaban en medios productivos dotados de abundantes recursos naturales (Cashdan 1991: 44).
¿Cazadores o recolectores?
¿Qué sentido tiene aplicar el nombre de cazadores a unas grupos sociales en los que rara vez el consumo de carne supera el 40% del peso total de los alimentos que ingieren sus individuos? (2).
La movilidad y la imprevisibilidad de las piezas de caza, el riesgo que la actividad y el bajo rendimiento que implica, contrasta con la sedentariedad de los vegetales y la seguridad de que cada año crecen en el mismo sitio. Podría ser más descriptivo, atendiendo a su dieta, llamar a estas sociedades como sociedades de recolectores y cazadores.
Valdés (1977: 15-17) resume la conveniencia del término "cazadores" básicamente por la conciencia de los pueblos sobre sí mismos y sobre su actividad. Si bien desde el punto de vista energético la presencia vegetal es mucho más importante que la de carne, Valdés aduce a las estrategias mentales que implica la caza, donde el disparo es tan solo el acto penúltimo, precedido por la exploración del terreno y la persecución (Valdés 1977: 25) y el conocimiento de las costumbres de los animales perseguidos (Cashdan 1991: 59). Es decir, lo que Valdés propone es que la actividad y la conciencia de cazadores organizaron la estructura de las sociedades aunque no su dieta -aduce a la posibilidad de compartir la carne como motor para prolongar la dependencia (y el aprendizaje) de la prole con respecto a sus progenitores, lo que reforzaría la unión entre madres e hijos restringiendo la actividad de la mujer y dando lugar tanto a una primera fase en la formación de la unidad familiar como a una división de funciones por sexos-.
La cuestión del tiempo de trabajo y el tiempo de ocio entre los cazadores y recolectores ha sido tema de discusión entre los antropólogos. La opulenta sociedad primitiva -ciertamente idealizada-, en la que las necesidades tienen en cuenta la probabilidad de ser saciadas, permiten que con una cantidad de horas de trabajo mínimas (en relación a los baremos occidentales) y no llevadas a cabo por todos los individuos del grupo, se asuman las tasas alimenticias necesarias para mantener a todo el poblado.
Tampoco está claro que los grupos cazadores modernos (estudiados a partir de la expansión europea) dividan sus tareas en una especialización sexualmente inamovible. La carga del cuidado de los niños recae en las mujeres provocando un "ingreso cesante" (Harris y Ross 1991) por su parte. Lee (1981) en su artículo sobre los !kung no contempla este tipo de trabajo femenino (por no proveer de alimento al grupo), lo que le lleva a suponer un mayor esfuerzo, contabilizado en horas de trabajo productivo, a la actividad de los hombres por contraposición a la de las mujeres (3).