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Cuando terminó la última clase, sentí que el corazón se salía a través del uniforme y las rodillas comenzaban a temblar. Ella me miró y sonrió, ya casi. En realidad, yo de sexo sabía sólo lo que me había contado el Méndez (él ya lo había hecho), la gran mayoría era una duda para mí; pero no importaba: la casa completamente sola era como una promesa, una promesa de que nada, completamente nada iba a salir mal, era como un cielo ganado a costa de sacrificios y oraciones y diezmos. Se acercó a mí y salimos del colegio, caminamos por la Calle Mayor al sur (siempre al sur) con rumbo a su casa. Durante el camino hablamos poco, sólo para comentar alguna tarea y de vez en cuando yo le preguntaba «segura que no habrá nadie?» y ella me decía «completamente sola...». Yo sabía que no habría nadie, pero le preguntaba nomás por puro hedonismo, para volver a escuchar la promesa de perfección, nadie completamente. Llegamos a la callecita de su casa, no había nadie; llegamos al zaguán, completamente solo; parados frente a la puerta, ni una sola alma.
Cuando entramos me quedé helado, inmóvil. Nunca la realidad había sido tan abiertamente decepcionante. Cuando entramos a la casi vi que era cierto: no había nadie, completamente sola. No estaba ella, ni siquiera estaba yo...
Cuando entramos me quedé helado, inmóvil. Nunca la realidad había sido tan abiertamente decepcionante. Cuando entramos a la casi vi que era cierto: no había nadie, completamente sola. No estaba ella, ni siquiera estaba yo...
karitosanchez:
disculpa las molestias
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