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La primera distinción a la que debe hacer frente una reflexión teórica sobre lo
moral es la que se establece entre los vocablos moral y ética, conceptos que en el
lenguaje cotidiano utilizamos habitualmente de modo indistinto e intercambiable.
Sin embargo, es necesario diferenciarlos para evitar la frecuente confusión entre lo
que es la teoría y lo que es su objeto de estudio. Algunas consideraciones sobre el
origen y el significado etimológico de ambos conceptos nos ayudarán al respecto.
Aristóteles es el primer pensador que distingue la ética como una disciplina independiente dentro del ámbito práctico. A diferencia del nivel teórico que trata
sobre las «cosas que no pueden ser de otra forma» (Aristóteles, vi: 1139b), el
saber práctico encuentra su sentido en la acción misma. Junto con la política y la
economía, la ética se ocupa de las acciones humanas, de su dirección hacia el fin
que es propio del hombre.
La palabra utilizada por Aristóteles es ethos que, según Aranguren (1979: 21 y ss.),
posee dos sentidos fundamentales. Por una parte, su sentido más antiguo corresponde
a ‘residencia’, ‘morada’, ‘lugar donde se habita’. Ética se referiría así al suelo firme,
al fundamento de la praxis, a la raíz de donde brotan todos los actos humanos. Es el
desde donde de la acción. Pero, por otra parte, también significa ‘modo de ser’ o
‘carácter’, en una acepción ya mucho más cercana a nosotros. Desde aquí, la ética
se ocuparía de la configuración de la propia forma o modo de vida. Ethos como
contraposición a pathos, es decir, hábito y costumbre frente a lo inmodificable por
la voluntad del ser humano.
El término moral, por su parte, proviene del latín mos, plural mores, que recoge los
dos sentidos griegos: carácter o personalidad como adquisición de un determinado
modo de ser y a partir de un pathos expresado en los sentimientos. Esto es, conjunto de reglas o normas adquiridas por hábito y dirigidas a la formación de aquello
que es más propio de una persona, de su modo de actuar.
Si bien este análisis etimológico nos puede servir para explicitar el sentido último
del hecho moral, esa segunda naturaleza que define lo específicamente humano,