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Respuesta:
Nunca antes en la historia del país la población había estado tan
inmersa en un proceso de reforma constitucional, tanto a nivel individual como a través de las diferentes organizaciones e instituciones
de la sociedad civil. Todas y todos nos sentimos convocados a opinar,
proponer y participar de una u otra manera, al punto de que hasta el mes
de septiembre de 2006 existían alrededor de 150 propuestas presentadas
a la Asamblea Constituyente, algunas parciales sobre temas específicos,
otras completas, unas más detalladas que otras, algunas más participativas, pero todas con el fin último de ser tomadas en cuenta en el proceso
de redacción de una nueva Constitución Política del Estado (CPE).
Muchas propuestas son fruto de largos procesos de consulta, análisis
y participación de diferentes sectores de la sociedad, de personas a nivel
comunitario, sindical, gremial, colegiado, que han tenido oportunidad
de leer la Constitución vigente, analizar su contenido, debatir y proponer los cambios que, desde su realidad, creen que necesita el país; e
incluso hay quienes de forma individual se han sentido convocados a
formular una propuesta.
Una de las grandes expectativas respecto a la reforma total de la
Constitución es la inclusión de los derechos colectivos, proceso ya iniciado con la reforma de 1994, considerada una de las más importantes
en materia de derechos humanos realizada en la historia republicana al
reconocer, en el artículo 1, el carácter multiétnico y pluricultural de Bolivia, en el artículo 171, los derechos económicos, sociales y culturales de
los pueblos indígenas, y al crear el Tribunal Constitucional, el Consejo
de la Judicatura y el Defensor del Pueblo.
Con una amplia expectativa social y mucha esperanza, el 6 de agosto
de 2006 se instaló la Asamblea Constituyente como manifestación de
la madurez democrática lograda para una reforma constitucional en la
que se expresen las reivindicaciones de hombres y mujeres, sectores,
comunidades, etnias, pueblos y regiones que demandan su derecho
a ser reconocidos e incluidos en el diseño de un nuevo modelo económico, social, político e incluso territorial, a partir de su historia, su
cultura, sus visiones y aspiraciones, apropiados del proceso de reforma
constitucional como conquista y logro arrancado con firmeza al poder
establecido.
Sin embargo, la Asamblea Constituyente se realiza en un ambiente
polarizado, en el que la crisis del sistema y la agudización de los conflictos sociales y regionales, la profunda desconfianza y descalificación
mutua entre los diversos actores en pugna, imposibilita la comunicación y diálogo. Todo esto impide lograr consensos, poniendo en riesgo
este proceso al cual el pueblo no está dispuesto a renunciar, pues ha
depositado en la Asamblea Constituyente la expresión de su voluntad
soberana, para que con la reforma integral de la Constitución se adopte
un nuevo pacto social, político, cultural y económico inclusivo, participativo, equitativo y en el marco de una democracia más respetuosa de
los derechos humanos fundamentales.El desafío que implica encontrar un equilibrio entre los derechos
individuales y colectivos plantea la resolución de aspectos tan complejos como lograr una normativa armoniosa entre la administración de
justicia de los pueblos indígenas y la jurisdicción nacional, el efectivo
reconocimiento y garantía de los derechos de las mujeres en todos los
ámbitos y, sobre todo, el asumir un proceso que no se quede en una
acción legislativa, sino que se traduzca en políticas públicas y acciones
concretas que comprometan a cada boliviano y boliviana a asumir la
diversidad, las diferencias y la importancia de sentirnos y sabernos iguales en lo cotidiano, en nuestra relación diaria, y, con mayor razón, en
nuestra relación con el poder. Lograr esto a partir de la reforma constitucional es un primer paso como expresión de la actual voluntad política, pero para su efectiva aplicación requerirá del compromiso social
y, especialmente, del esfuerzo que haga cada persona para verse en los
demás como parte de uno.
Estos planteamientos y expectativas, como todo proceso de cambio,
tienen como efecto en su fase inicial liberar los demonios de todos, exacerbar las diferencias, las inequidades, las exclusiones, despertando con
toda su crudeza sentimientos de racismo, incluso de odio de unos hacia
otros. Revitaliza viejos sentimientos de superioridad, que ahora ya no
encuentran ecos de sumisión, sino de rebeldía.
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