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Cuando Juan de Bethencourt llegó a El Hierro, vivía en la isla un bimbache llamado Ferinto, el cual se convirtió en el tormento de los conquistadores. Jamás los dejaba tranquilos, hostigándolos continuamente.
Por mucho que los extranjeros persiguieron a Ferinto, su agilidad era tal que no lograban atraparlo.
Un día, este herreño fue traicionado por alguno de los suyos y los europeos rodearon su guarida. Sin embargo, Ferinto los sintió llegar y logró huir hasta el borde de un profundo barranco, cercano a Valverde.
De poco le sirvió a Ferinto su huída, porque sus enemigos estrecharon aún más el cerco, hasta que se vió totalmente perdido. Bajo sus pies se abría un horroroso abismo y una caída podría ocasionarle la muerte.
Ferinto tomó aliento, flexionó sus poderosas piernas, saltó... Y logró llegar al otro lado del cauce, en el lugar que hoy se conoce como El Salto del Guanche. Mas de nada le valió, puesto que allí también le esperaban los conquistadores con las armas prestas.
La desesperación de ver su libertad perdida le impulsó a gritar. Lanzó un grito tan fiero, tan grande, tal alto que atravesó la isla, sobre pinares, barrancos y volcanes, hasta llegar a La Dehesa, en el otro extremo de la isla, donde su madre, oyendo su potente voz, dijo con tristeza: ¡Mi hijo ha sido vencido!