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Sevilla, con frecuencia, huele a azahar. Se puede comprobar en su famosa catedral, que es la tercera más grande del mundo, después de San Pedro (Roma) y San Pablo (Londres). Allí, supuestamente, duerme el sueño eterno del descubridor de América.
Erigida en 1412 sobre una mezquita, es el templo gótico más grande de España y del mundo. De ella conserva el Patio de los Naranjos y La Giralda, que es uno de los iconos inconfundibles y más bellos de la ciudad. Con sus 93 metros de altura hace las veces de fantástico mirador.
No se debe abandonar la capital de Andalucía sin probar sus exquisitas tapas, una copa de jerez o manzanilla en alguno de sus múltiples bares o -aún mejor- en un tablao flamenco. Tampoco se puede renunciar al mantel en un buen restaurante, donde la cocina selecciona ingredientes de zonas cercanas: es el caso del jamón, el marisco de Cádiz y Huelva, el queso, etc. Por supuesto, también estará siempre presente el aceite de oliva.
Para el viajero que busca lo autóctono son indispensables platos como los alcauciles salteados con habas fritas o el bacalao al perfume de ajos confitados. Una lista interminable que deleitará tu paladar y tus sentidos.
espero que esté bien