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Salvo casos excepcionales de rareza indie, la película de superhéroes ha sido cooptada en los últimos tiempos por tanques taquilleros que se parecen más o menos entre sí, al punto que el género supone uno de los máximos salvatajes narrativos de un Hollywood cada vez menos imaginativo. Conversiones radiactivas, combates que destruyen ciudades y éticas ambivalentes de vigilantes nocturnos fueron tomados de las viejas historietas para revitalizar a una industria dormida. La ausencia de esos tópicos en Kryptonita impide hablar de ella como de una cinta de superhéroes argentina, aunque bien haya partido de esa premisa ya presente en la novela homónima de Leonardo Oyola, una parodia precario-bonaerense de la icónica Liga de la Justicia.
Desconcertante y narcótico, el filme de Nicanor Loreti discurre con las imágenes alucinadas y el tiempo ralentizado de una pesadilla, casi como la continuación multitudinaria y oscura de su solitaria Diablo (2011): Kryptonita es una película de inacción, de una languidez estática parecida a la de ese hospital decadente donde sucede todo, apoyada en el contrapunto enfermizo entre diálogos y flashbacks turbios de exteriores, colores saturados y música electrónica machacante.
“Somos verdaderos, auténticos”, dice uno de los personajes. Kryptonita se define por lo que no es: no es de género, no es bizarra, no es de autor y, paradójicamente, funciona como adaptación virtuosa del libro de Oyola en su ambigüedad entre realidad y fantasía, costumbrismo y delirio, moralidad y amoralidad, humanidad y frankenstein. En ese sentido, la clave está en la dupla que componen el médico del hospicio, un Diego Velázquez que tiene algo de Robert Downey Jr. en sus empáticos gestos, y la Mujer Maravilla travesti Lady Di (Lautaro Delgado), ocurrente creación de un improbable Almodóvar freak. Ellos son el corazón verde y brillante de Kryptonita.