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La decadencia del imperio español empezó durante el reinado de Felipe II cuando la Armada Invencible española, luchando contra los ingleses, fue derrotada en 1588. … La caída del imperio coincide con una época de esplendor en el arte español que se conoce como el “Siglo de Oro”.
Explicación:
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decadencia se reflejó en todos los ámbitos: demográfico (recrudecimiento de la peste y otras epidemias, despoblación), económico (cronificación de los problemas fiscales, las alteraciones monetarias, la inflación y el descenso de las remesas de metales preciosos de América), social (mantenimiento de la tensión religiosa e inquisitorial, expulsión de los moriscos, refeudalización, búsqueda de salidas escapistas como el ennoblecimiento, la compra de cargos, el incremento de la presencia de las órdenes religiosas y la picaresca), o político y territorial (iniciada con la tregua de los doce años y las maniobras del valimiento del Duque de Lerma, manifestada espectacularmente a partir de la denominada crisis de 1640, tras el intento de restaurar la reputación de la monarquía con la agresiva política del Conde Duque de Olivares, y posteriormente evidenciada con la Paz de Westfalia -1648-, el Tratado de los Pirineos -1659-, la patética[2] situación de los últimos años del siglo que a pesar de ser solventada económicamente por los hombres de confianza de Carlos II, en todas las cancillerías europeas anduvieron pendientes del incierto futuro del trono hispánico del rey hechizado y su extraordinaria herencia que alcanzaba ambos hemisferios. Y tras una serie de complejas intrigas palaciegas, el cardenal Luis Fernández Portocarrero apoyó la sucesión a favor de los intereses de Luis XIV de Francia, quien pretendía la corona española para su nieto Felipe de Anjou. Finalmente se resolvió tras la muerte de Carlos II de España con la Guerra de Sucesión -1700-1715- y el Tratado de Utrecht -1713-, que dividió sus territorios entre Habsburgo y Borbones, con sustanciosos beneficios para Inglaterra). Y que dio paso al exilio austracista y una violenta represión borbónica.
Por contraste, la decadencia española coincidió con las manifestaciones más brillantes del arte y la cultura, en lo que se ha denominado Siglo de Oro Español. En muchas de esas manifestaciones artísticas y culturales hay una verdadera conciencia de la decadencia, que en algún caso ha sido calificada de introspección negativa (Quevedo, los arbitristas). Concretamente, el Barroco español (el culteranismo o lo churrigueresco) ha sido interpretado como un arte de la apariencia, escenográfico, que oculta bajo los oropeles exteriores la debilidad de la estructura o la pobreza del contenido.[3]
La interpretación historiográfica de las causas de la decadencia ha sido uno de los asuntos más tratados, y en muchas ocasiones se han atribuido a los tópicos que caracterizarían un estereotipo nacional español vinculado a la leyenda negra presente en la propaganda antiespañola desde mediados del siglo XVI: el orgullo de casta cristiano viejo, la obsesión por una hidalguía incompatible con el trabajo y propicia a la violencia en la defensa de un arcaico concepto de honor, la sumisión acrítica (por superstición o por temor más que por fe) a un poder despótico, tanto político como religioso, adepto de la versión más cerrada del catolicismo, que le abocaba a aventuras quijotescas en Europa contra los protestantes y a una cruel imposición a los indígenas americanos de la evangelización y el dominio de los conquistadores.[4] Una leyenda rosa alternativa, que atribuye a la fidelidad al catolicismo justamente los logros del Imperio español, está en la interpretación de la historia propia de la vertiente reaccionaria del nacionalismo español,[5] y que en sus casos más extravagantes atribuye la decadencia a una presunta conjura internacional, en la que, a pesar de lo inverosímil de tales teorías de conspiración, da un papel decisivo a los judíos y a las sociedades secretas que imaginan como antepasadas de la masonería (además de vincular a ambos criptopoderes, según convenga, a protestantes y musulmanes).[6]
Desde puntos de vista más desapasionados, la historiografía actual suele considerar a la monarquía autoritaria de los Habsburgo como un modelo de Estado en realidad de muy débil entidad y presencia efectiva, y desde luego con pretensiones mucho menos absolutistas que la monarquía absoluta que estaban desarrollando contemporáneamente los Borbones en Francia.[7] No obstante, siguen considerándose las divergencias reales de los modelos socioeconómicos asociados al catolicismo y protestantismo de distintas partes de Europa (y sus numerosas excepciones), analizadas desde la sociología de Max Weber (La ética protestante y el espíritu del capitalismo, 1905